domingo, 12 de octubre de 2014

Arabella.

Eres, mujer,
La tentación pendiente de un infierno
En el que deseo caer.
La faz de un mundo oculto
Del que cualquier profano se enamora;
Eres la vida encarnada
De estrellas fugaces y artificios.
Tu nombre irreal
Y las promesas de tu lecho cálido;
Los milagros de tus ojos carmín
Bajo el reflejo de los míos desesperados.
La fragancia de tu sexo:
Depredador constante
Que confunde al viajero
Y lo hace víctima
Del influjo de la Luna
Tras tus cabellos.
Cruel verdad la tuya,
Que en la caza incesante
Cosechas mil y un corazones
Sin que ninguno llegue a tocarte.
Femme fatale. Sirena, náyade,
Musa, inspiradora, virgen amante.
Ninfa, princesa, asesina sin tregua
Que compones mil epitafios
Para cada uno de tus fallidos amores.
¡Cómo anhelo, en tu altar reservado,
Adorar a los Dioses por el frío de tus labios!
Eres, Arabella, el más suave cántico
Que mortal alguno compuso en tus brazos.
Muero de ti. Te sangro.
Bebo las heces de un vino agotado
Que alguna vez manó entre tus muslos.
Deseo tanto morir asfixiado
En tu abrazo de serpiente,
En tu boca de alabastro;
Dejarme el alba noche tras noche
Contando, uno a uno, tus cabellos de ónix
Y la luz que se enreda entre ellos.
¿Cómo no amarte, Arabella,
Si tus plegarias silentes han roto mi cordura?
¿Qué dios enloquecido, Arabella,
Insufló la vida a tu figura?
¿Qué pecado, qué condena
Merece el género humano
Para que existas, pulsión de vida,
Y muerte constante en agonía
Tan sólo con verte,
Con la idea
De que nunca serás mía?
Arabella,
Hoy te canto
Como un lobo aúlla a Selene;
Para siempre inalcanzable,
Lejana y distante,
Perdida para siempre:

Mi única locura.

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