viernes, 28 de septiembre de 2012

Día 2: Plegaria.

Cuando decides poner mis fuerzas a prueba, te me antojas el ser más irónico y cruel de la creación. En esos momentos eres la sal sobre la herida, la prominencia antes de la caída, el murmullo que los suicidas escuchan al oído antes del acto fatal; eres un presagio funesto y el vacío legal en el karma. Podría insultarte, renegar de ti; los impulsos son varios, cada uno más irreverente que el anterior. Sé que no solucionarían nada, y peor aún: muy en el fondo, sé que nada de ello es tu culpa, y aún cuando lo fuese, eres como el padre que hace crecer poniendo piedras en el camino. Pero necesito maldecir, quejarme, mostrar una sonrisa y por dentro gritar con el desespero de los caídos; amargo por dentro y cordial en el exterior.

Se me pasa al cabo de horas, cigarros, ilusiones. Una vez que descargué el rencor agridulce, y no queda más que el vacío de la desesperanza, vuelvo a mirarte con aquellos ojos desprovistos de enojo, suplicantes y patéticos. Anhelante mi voz, cansados mis ademanes. ¿Es que te regodeas en las lágrimas? ¿Componen ellas la ambrosía que corre por tus venas? Ignoro todas esas preguntas, así como los reales motivos que me trajeron aquí; solo sé que, tras despotricar y lamentarme, solo me queda la plegaria y la lucha.

A ti me dirijo: fuerza invisible, consuelo ambiguo, visión más allá de lo evidente, caos en lo eterno. Ruego por que intercedas ante mí mismo, y me recuerdes cuántas veces me he caído y levantado; que lastimes mi alma con cardos y espinas, para recordar el dolor y cómo sobrevivir a él. Pido esperanza y paz, pero solo si la he merecido; pido por ella, la que a mi lado ha avanzado, mi escudo y mi espada contra tu porvenir. Que si es el peor de los casos, el que me ha colmado la paciencia y el llanto, sepamos sobrevivir y reponernos; lloraré las noches que tú pidas como tributo, y escribiré los lamentos que componen tus oraciones. Oh, lluvia inesperada, canción de los mutilados, sobredosis de divinidad; ruégote me concedas la templanza y las palabras, te pido a ti una luz de desespero, y un corazón teñido por la desgracia, que sepa responder a la tormenta.

¿Cuántas veces he de respirar este aire teñido de adversidad? Caminaré siempre con el estigma del condenado a la vida, como humano, como hombre, como mexicano, como ciudadano, como esposo, como padre. Facetas mías, algunas inexploradas, pero todas falaces cuando asoma el verdadero germen de la impotencia. Clamaré por ti hasta que el aliento me haya abandonado, y sepa al fin qué hacer; en el abrazo de la oscuridad, la más pequeña mota de luz será mi tabla de salvación. Solo necesito una respuesta... Después, plañiré por todo lo demás que falta.

"Padre nuestro que estás en los cielos..."

2 comentarios:

  1. yo tengo pedos con ese señor de los cielos.... ya no sé ni qué con él.....u.u

    pero a veces prefiero morir, antes que seguir sufriendo.... nunca pedí ser fuerte ni que me prepararan para ello.

    Tú, que te ves hcho de otro calibre, creo que puedes soportar mejor.

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    1. Al menos aceptaste su existencia, y no te voy a dejar olvidar lo que platicamos afuera del local aquella noche.

      Prometimos ser fuertes, Al, así como me "burlé" de ti, y después bailamos como si nadie nos estuviese mirando...

      Ánimos.

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