lunes, 8 de agosto de 2016

.

Sábado y domingo fueron una prueba de resistencia. Quizá desde el viernes, que ya auguraba poner a prueba el aguante de mi cuerpo; toda una madrugada y parte de la mañana bebiendo y cantando, tan solo para no ahogarme en el silencio de no escucharte. Aún así, el alcohol no tuvo ese gusto a madera y poesía que tanto amo; era un líquido que quemaba mi garganta, aletargaba el dolor y me daba una melodía más para seguir engañándome. Sobreviví, sin embargo; y ya entrado el día desperté, a las pocas horas. Entonces me di cuenta de cuánto te necesitaba para poder dormir sin sobresaltos, manteniendo lejos a los espíritus (recuerdos, les llaman algunos); sin ese tiempo que pasábamos antes, las voces regresaron, y con mayor fuerza. No puedo ignorarlas como antes. Me he vuelto débil.

Con el pasar del tiempo, procuré con todas mis fuerzas no seguir la parranda. Un acusado dolor de cabeza fue mi mejor aliado, e incluso me permitió unos minutos más de sueño, ayudado por las fieles pastillas. Licores y medicina, la mejor combinación para poner el hígado y el insomnio a prueba. No obstante, sucedieron tantas cosas que aún me resulta increíble solo haya sido un periodo de veinticuatro horas; y resulta tan irónico que en ningún momento pude apartarte de mi mente. Esto se me ha salido de las manos, me acostumbré demasiado a tu presencia - a tu cariño. Por un lapso agradable, me sentí un ser humano. Pero terminó el día, la madrugada vino de vuelta, y con ella la necesidad del olvido, que jamás llegó. Dormí a ratos, despertando cada poco tiempo, sin descansar jamás. Al menos tenía el empleo para fingir que algo me importaba por una tarde. Mi estampa era lamentable, todos comentaron el aire de abandono que me abrazaba. ¿Cómo decirles que se debía a que yo mismo me había descuidado y dado por perdido?

Sumirse en las quejas de los demás fue un inesperado alivio. Pude encauzar mi enojo y desesperación en aquellos que se mostraban agresivos, me desquité de la pobre manera que solamente un animal arrinconado, mas despojado de colmillos y garras, puede; y admito que la soledad interna me fue más llevadera teniendo gente alrededor, cosa que me motivaba a mentir mejor. ¡Vaya burla! Yo, que contaba los minutos antes para abandonar la oficina, deseé quedarme hasta que no tuviera más remedio, pero el reloj jamás perdona, para bien o mal. De modo que tomé el transporte a casa, y sin importar que la noche estuviese ya avanzada, me calcé los audífonos y caminé por las calles de la ciudad, neón y sombras coexistiendo bajo los faroles. Esperaba que algo o alguien se cruzara en mi camino, que me diera la menor provocación para que fuera el vehículo de mi furia, o un deseo mal oculto de que alguien haga el trabajo que yo soy demasiado cobarde para terminar. Pero no sucedió; supongo que el diablo cuida de los suyos, y llegué a casa (¿puede llamársele así a esta cueva desprovista de calor?) sin sobresaltos. Al menos, con la perspectiva de un lunes para nada antojable enfrente, podría arrojarme una vez más a la embriaguez, única cura efectiva para el lento paso del tiempo.

Pero la noche era funesta. Fascinado, mientras las bebidas se vaciaban, una tras otra, recordé tantas cosas que ya no podía distinguir el inicio de un recuerdo, del final de otro supuestamente diferente. Todo era una amalgama, una historia mal contada, que se repetía por sucesos e imágenes frente a mis ojos empañados; aderezada, por supuesto, con la música melancólica de fondo y los lentos latidos de mi corazón, esforzándose en parecer normal y llevar adelante este amasijo de carne y tristeza que soy ahora. Y es que nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores, como reza cierta canción popular; soy el mismo, y si bien tengo altibajos, en el fondo aún tengo la absurda esperanza de que alguien va a quererme y cuidarme; basada, por supuesto, en la aún más estúpida idea de que algo de mí merece ser querido. Pero todo alrededor me desmiente, tengo más razones para dejar de creer que para renovar esperanzas; y fue por ello que una vez más busqué alivio en esos pequeñas píldoras, que se me antojaban dulces promesas de salvación en mi estado ya inconveniente. Deseaba dormir, y realmente jamás despertar; si pudiese haber huido a un limbo sin pasado ni futuro, al menos hubiese quedado la última crónica en mi epitafio, a manera de maltrecha carta de despedida; y yo habría sido libre. De modo que todo el dolor se agolpaba en mi garganta, urgiéndome a beber en tragos largos, rápidos, que terminaran de adormecer mi pecho. Caí, al fin encontré ese alivio, mi persona se derramó por la silla y abracé el piso frío, esperando fuese lecho cómodo para tan larga travesía.

Sin embargo, heme aquí. Desperté, aunque no lo deseaba. ¿Cómo es posible que todo escape me sea negado? ¿De qué dios cruento soy juguete, perdido siempre en los mismos tormentos e incapaz de encontrar ninguna salida? Tengo que escribir todo esto, tan solo porque necesito que lo sepas; en realidad no espero que sientas nada, fuera de reprobación y disgusto, pero si no puedo huir, al menos quisiera dejar de callar. No puedo pedirte que vuelvas, sabemos bien las razones y las comprendo, todo lo bien que puede entender una mente de pensamientos tortuosos y abyectos; ya no funciono, estoy roto, quiero dormir. Quizá deba buscar el mismo consuelo en repetidas botellas, la fórmula mágica podría estar frente a mis ojos todo este tiempo y yo fui demasiado ciego para verla. La escritura no es mi evasión verdadera; es el ahogamiento de los sentidos, mente y emociones, en pos de un reposo que de otra manera se me ha prohibido, quizá como alguna condena que he de purgar. Estás mejor así, lejos, indemne; donde mis afanes suicidas no te alcancen y puedas encontrar razones para sonreír. No obstante, soy necio. Y tuve que vomitar todo esto, para dejárselo a la amnesia después, cumplido su propósito de vaciar mis venas y alma en párrafos que se suceden sin sentido alguno, como viles exclamaciones de dolor y onomatopeyas faltas de coherencia. Perdóname, por haber escrito tanta estupidez. Ahora que lo sabes, puedo intentar irme en paz.

Gracias.

<Mägo de Oz - Desde mi Cielo>