jueves, 7 de agosto de 2014

T.

No puedo decir tu nombre. El sencillo hecho de mencionarlo evoca una tormenta de emociones en mí.

Tu llegada fue un asunto realmente sorpresivo. ¿Recuerdas, acaso, cuál fue el heraldo que anunció tu presencia en mi vida? Eras un enigma que ardía en deseos de resolver; mujer como tú no conocí en vida alguna. Tu mente, un delicioso embrollo, a la par con una lírica que tus palabras brotaban por cada vocal y consonante; y tus ojos, ¡brillantes orbes con un destello de locura, que al mismo tiempo eran cruel prisión de una ternura voluntariamente encadenada! Resulta interesante lo difícil que me es hacerte saber la confusión que me causabas: qué presencia tan fascinante eres, revolviendo todo a tu paso, llevándote contigo toda reticencia en el vórtice de caos que provocas. Nuestra historia ha sido un juego de palabras veladas, desórdenes y promesas, aderezadas con un toque de intriga y bastante cariño de por medio.

No resulta extraño, entonces, que haya llegado a apreciarte en tan singular manera. A veces fría, dudando de ti misma; en otras ocasiones explosiva, pasando del silencio más absoluto a la complacencia y barahúnda concupiscente del festejo. Eres un misterio insondable, mujer de marcada irreverencia y vívidas pasiones. Alguna vez lo dije: "eres el tren de emociones que una vida sedentaria como la mía no puede dejar pasar". ¿Cómo resumir de mejor manera todo aquello que has provocado? A tu paso, has removido los mismos cimientos de la tranquilidad de mi existir; has conseguido que mi mente te reviva en los instantes más fortuitos, que ciertos detalles que antes pasaban completamente inadvertidos para mí se vuelvan importantes de súbito. En gran medida has abierto mis horizontes, y ya no puedo ver el mundo del mismo modo. You've rocked my world, baby.

Así pues, ¿cómo es posible que esperes, que yo sea capaz de permitir que te marchites en silencio? Los Infiernos habrán de congelarse antes, tornándose en gélidas moradas para los caídos; en algún momento fuiste un deseo que buscaba de la manera más obstinada posible, y ahora porfiaré con tus propios anhelos de olvido. Resultaría infinitamente más sencillo permitir que tu existencia decaiga en un olvido inmerecido. Asentir, simplemente, ante tus declaraciones de nula valía. Mas eso significaría que todo lo que he dicho hasta ahora es una vil mentira; y no soy hombre que sepa fingir en estos menesteres. Es completamente imposible que alguien sin méritos fuese capaz de avivar esta revolución en mi pecho.Si estoy lanzando esta declaración a los cuatro vientos, es porque deseo que quede como un perenne recordatorio de todo aquello que he dicho ya; no tengo intención alguna de callar tus alabanzas. T., existen juramentos que no se olvidan jamás; y en ellos se funda el valor humano. Uno de ellos fue que podría esperar hasta el final de mis días por una pequeña, sincera sonrisa tuya. Ten por seguro que lo haré.

Joya de obsidiana, engarzada en la plata de tu piel tersa. Cabellera de ninfa, andares de gitana. Unos labios que decretan la muerte del pudor, y la figura esculpida de una beldad imponderable. Y en tan sublime envoltura, una mente atribulada, que aún así demuestra grande potencial. Me pregunto qué clase de idiota podría dejar pasar la oportunidad de trabar amistad contigo, qué corazones podrían caminar a tu lado y no ser tocados por tu magnificencia. Porque tú, T., eres más de lo que mis pobres descripciones logran trazar en burdos y grandes trazos; porque tu propia incredulidad ante lo que otros ya saben, no basta para opacar las voces que aún siguen clamando por ti. Quede ésto como un tributo fehaciente a ti, mujer de contrastes y altibajos; y si mis palabras - si yo mismo, recordatorio de otras épocas - caen en el olvido, siempre quedará este manifiesto de la conciencia, para que nunca te permitas relegar al abandono todo cuanto he dicho. Pues, dicho sea de paso, aún deseo caminar a tu lado y cuidar de ti. Regalo más grande, fuera de tu sincera felicidad, no podrías hacerme; y si me ha sido permitido volver del limbo, al menos desearía que mi retorno valiese la pena. Mujer, qué mayor empresa que tú para probar mis fuerzas; he aquí a tu siervo, que espera simplemente estar a la altura del reto que implicas.

T., algún día podré pronunciar tu nombre en voz alta, teñido de incredulidad por verte pasar frente a mí. Y hasta ese momento, seré yo quien se convierta en tu fuerza. Ya conozco el vacío, he escapado de él a duras penas. Al menos conozco el sendero de regreso, y para mí será un enorme placer guiarte. Por una sencilla razón: lo vales, aunque te empeñes en lo contrario. De modo que esto también es una invitación nada sutil: ¿te gustaría tomar mi mano?

No hay comentarios:

Publicar un comentario