domingo, 15 de mayo de 2016

Buen día.

Hoy es un buen día.
El cielo se derrama
- ¿llanto de dioses? -
y no hay rincón seco
en el pavimento.

¡Hora de practicar
los sencillos consejos
que la gente da
para ser feliz!
Habla con los demás.
Sonríe. Sé sociable.
Abre tu negrura y
dale un poco de sol
a tus demonios. Sal.
¿Por qué permanecer
en un cuarto en penumbra?
No hay nada intimidante
en los otros (esos seres
que saben entenderse;
ríen, se reúnen, hablan,
conviven, matan, hieren);
todo está en tu mente.

Y quizá sea cierto,
podría negarme al consuelo
de fingir gratitud
cuando ellos fingen también
que importa un carajo
cómo dormí anoche.
Minucias de la "vida":
pláticas circunstanciales
de convenios sociales
aprendidos para creernos
que en realidad nos preocupan
las ojeras, arrugas
y sueños ajenos.

¿Qué sé yo de eso?

Si después de todo
es tan fácil olvidar
ese amor misántropo
y el familiar hervor
de la sangre bajo la piel
que me ayuda
a envenenarme
lentamente
cada noche.

Debe ser lo más simple
tragarse el anacronismo,
las dudas y los miedos;
nada que un poco
de voluntad
no sane.

¡Hoy es un buen día!
¡Será hora de tomar
la pequeña promesa
verde y gris
de alegría
granulada!

Porque los médicos
enseñan
qué es normal,
y la razón por la cual
soy una anomalía,
un caso
urgente de cura,
parte de un porcentaje
(paradójicamente, a la alza)
que no funciona
como los demás.

Deben estar en lo correcto.
¡Si todo mundo puede decirme
cómo dejar de ser yo!

Hoy es un buen día.
Me pregunto si la lluvia
sabe lavar conciencias
también.