miércoles, 3 de julio de 2013

Haikus.

Amigo: dulce
viento en quien duermo
mi soledad.

Idea negra
en la macabra noche:
siempre morirán.

¡Terror! ¡Olvido!
Destrozando mi alma,
llega el frío.

Pues hoy no están,
de aquí ya se marcharon,
siguiendo la paz.

Duermo en tu seno
madre mía, cruel mujer,
cálida Muerte.

El fin del día
trajo un aire gélido
olor a cieno,

Fruto olvidado
de un árbol marchito ya,
recuerdo nulo,

Deseo que un Dios
magnánimo, silente
llueva mi dolor.

Deseo tu voz,
tan sólo recordarte
cual me olvidaste.

Porque el tiempo va;
nadie se ha quedado ya,
andaré en soledad.

martes, 2 de abril de 2013

Despedida

Cuando supo que el final había llegado, la primera sensación que llegó a sus órganos muertos desde hace semanas fue el desencanto. Siempre quiso que su deceso fuese algo significativo, que al menos alguien tomara su mano durante el trance final y vertiera la primera lluvia sobre su cuerpo aún caliente; fantaseaba con no pudrirse en silencio, solo, triste, desamparado. Sobre todo, quería que alguien le viera morir, no procurarse la paz por mano propia y dejar como único legado un cadáver que pronto sería composta. Quiso llorar, pero cada lágrima vibraba con propia voz en su garganta, ahogando sus quejidos; incluso la sangre de sus ojos se secaba, habiendo vertido una o dos gotas de rocío antes de que la certidumbre de la muerte silenciara su llanto. Se sentía completamente olvidado, roto su silencio y estoicismo tan sólo por el maullido de los gatos, y el incesante golpeteo en las teclas que transcribían sus últimos pensamientos. Palabra por palabra, trataba de expresar todo aquello que ahorcaba su razón; cada pensamiento no dicho, cada idea confusa, incluso los sentimientos tardíos y olvidados estaban ahí, a pesar de sus intentos por dejar atrás la melancolía adolescente y el sufrimiento masoquista, casi autoinflingido, de su naturaleza cáustica, mas voluble y sensible. Ese era él, siempre fue así: payaso de sonrisa triste, persona non grata de profesión, careta de fuerza y tranquilidad, pero volcánica agonía en el fondo. Sus ideales fueron varios, y con el tiempo aprendió a refinar aquello en lo que los hombres vuelcan sus esperanzas, confiando por completo en la Voluntad que creó y dio albedrío a sus semejantes, y que ahora se le antojaba misterio inútil, casi cruel Mano que le sepultó en el olvido en el último instante.

Gesto apagado y ojos cansados. Tras cada frase, una pausa. A modo de película de la memoria, recordaba  hechos aislados, palabras, personas, citas, muchedumbres, pensamientos, canciones, muertes. Su mente era un festín para los demonios de la desesperanza; su cuerpo, trémula parodia de un ser humano; su corazón, marchito órgano que impulsaba vida a los últimos rescoldos de su ser perdido. ¡Qué patetismo, señores, qué ópera tan cruel! ¡Mírenle, refugiado en su tormento, aferrado al último testamento que se empeña en dejar! Su semidesnudez grotesca, sentada frente a un monitor, desgranando los últimos fragmentos de su vida ya terminada. Sin poder legar a la historia algo más que horas muertas y canciones sin escribir. Triste espécimen de su raza decadente, pedazo de carne insuflado con un ánima vencida; translúcido era, casi desaparecía, bajo la luz mortecina de un foco de 60 watts.

Aún no sabía cómo, solo estaba seguro que iba a morir antes de los veintisiete predichos, y seguramente antes de haber escrito siquiera una página en el libro de la Vida. Y esa certeza traía una nueva oleada de remordimientos cada vez que asomaba a su cerebro embotado; era como si su existencia deseara aferrarse a la vida, a un caminar estéril y poblado de sinsabores, de esperanzas destrozadas y sueños empolvados. Cómo deseaba tener el simple valor de elegir un método, la última decisión que se le resistía. Seguía escribiendo, alargando los minutos, sabedor de su miedo a poner un fin real a la burla que era su existir. ¿Podía evitarlo, acaso? ¿Sería su muerte un último y verdadero acto de valor? ¿O se acobardaría al final, como otras tantas veces, y guardaría su tristeza como quien tapa un bolígrafo, y sigue caminando mientras simula estar bien?

Pensar en ello le hizo ver que solamente buscaba excusas para el final ya anunciado, posponiendo aún más la agonía de quienes podrían sufrir con ello. Así pues, cerró por última vez sus conversaciones, con una sonrisa amarga deformando su boca seca. Terminó de escribir aquella última entrada con un final abrupto, casi vomitado a toda prisa; sentía que era una lástima que fuese tan breve e insípida su última letra, mas, ¿qué podía hacer él, pobre testigo mudo de su propio padecer?

En aquel escrito final, dejó un agradecimiento profundo a la última persona que le escuchó, la que, infructuosamente, había tratado de disuadirle de tomar el tren a lo incierto. Ese calorcillo final permanecería en su corazón, incluso cuando sus latidos se apagasen gradualmente, y no se permitiría olvidarle incluso si había algo más allá de su suplicio. Nunca más.

Cerró la página, apagó parsimoniosamente la computadora, y se dirigió a la cocina. Un cuchillo refulgía bajo la luz eléctrica. Sonrió, sabiendo que había encontrado la última parte de su sinfonía personal.

sábado, 2 de marzo de 2013

Crisis.

Cuando no sepas cómo empezar un párrafo, recurre al diccionario. Siempre y cuando aquello que piensas escribir revuelva sobre un concepto puro. 

crisis.
(Del lat. crisis, y este del gr. κρίσις).
1. f. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.
2. f. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.
3. f. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.
4. f. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.
5. f. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.
6. f. Escasez, carestía.
7. f. Situación dificultosa o complicada.

He aquí lo que la RAE dice con respecto a tan familiar palabra, más conocida por su presencia constante en las vidas de todos y cada uno de nosotros, que por los distintos motes que la distinguida Academia le ha endilgado con tan fastuosas definiciones. Tanta palabrería para olvidar que una crisis es la más frecuente razón de los desvaríos y los corazones rotos; las vidas sin rumbo y dirección; y, sobre todo, más allá de la conceptualización, la crisis se entiende en el seno propio e íntimo del que la sufre, siendo a veces un bálsamo contra heridas mal cerradas, y muchas otras convirtiéndose en un martirio sin final. Más cuando no se le encuentran pies ni cabeza claros. ¿Cómo ha de exterminarse a una hidra que extiende sus cabezas y tentáculos en cada aspecto de la existencia; abraza cada problema y situación, haciéndolos suyos; y entreteje sus sierpes una y otra vez, hasta que del conflicto original solo queda una vaga idea?

Crisis: todos pasamos por ellas. Cuestionamientos y reflexiones, introspección masiva que nadie nos enseña a hacer, y de la que se espera salgamos airosos y mejorados. Versión 2.0, con bugs arreglados y menos espacio para vivir. De los problemas se espera que aprendamos, mejoremos y los utilicemos como escalón para seguir avanzando; sentimientos loables y para nada despreciables. Sin embargo, nos queda la pregunta amarga: ¿cómo se mata de raíz a aquello que no deja de reproducirse? Si, a modo de Fausto, pudiésemos decir sin empacho "¡Detente! Pues, ¡eres tan bello!", y en un instante de contemplación profunda observáramos cómo late el corazón de nuestro monstruo personal bajo las múltiples capas y nudos; si realmente tuviéramos un segundo para respirar, dos para analizar, y cinco para actuar. (Que las acciones no son cosa fácil, chico; pensar es lo complicado, pero hacer es el borde de lo imposible).

Ocho, no siete ni diez. Solo ocho segundos que nunca poseeremos.

En la crisis encontramos respuestas que a veces preferimos obviar, o ignorar simplemente. Preguntas incómodas que no ayudan a sobrellevar el calvario personal de cada individuo; interrogantes de la cordura, dolores ajenos que encarnamos como propios, e incluso gustos olvidados y ácidos de olvidos jamás logrados. Y es que a medida que uno avanza, las enredaderas se ensañan más; tropezar se vuelve deporte, más que error; no obstante, a medida que rompamos uno a uno los tallos, ya estaremos pensando en cómo deshacernos de los que apenas vienen adelante.

Cada desvarío conlleva un atisbo de cordura. ¡Que no se malentienda a los locos! ¡Gracia divina la suya, de enfrascarse en todo y nada, de sobrellevar las tediosas conversaciones con Dios! Su crisis infinita ha perdido nombre, al tiempo que su sabia introspección fue etiquetada como demencia; despreciamos su sabiduría y su risa infantil, mientras les colocamos en la misma cuna que a los maliciosos y asesinos. ¡Ah, lo que un verdadero loco podría decir, si sus verdades mal entendidas no le aislaran de los otros! Mas todo lo definimos y entendemos, nombrando cada uno de sus pasos a lo divino con distintos apellidos, cada uno de ellos derivado de la misma Santa Madre: Crisis. ¿En qué momento puede uno firmar para el Expreso Olvido? ¿Dentro de tí, Crisis, permites que alguien se rompa y pueda quedarse a recoger los trozos? 

Y es que, cuando uno ya está dentro, ¿qué más queda sino salir, dado que el calor nos será negado para siempre?

Ah, Crisis, maldita Crisis, bendita Crisis enamorada de mí. Yazgo en tu seno, y aún no encuentro siquiera tu clítoris. Qué más he de perder, sino mi tiempo; porque al final, tus piernas siguen enredadas en mi cintura, para jamás soltar la presa. 

martes, 29 de enero de 2013

Sin título #28

Cielo gris, color de acero,
Neón apagado por mis lágrimas.
Plegaria suicida a un titán ciego:
"Mata el dolor, haz que se vaya";
Clamo por ti, dios olvidado,
Perpetuo caos del placer y el amor;
¡Oh! Tú, Enviado supremo,
Cruel tentadora y dulce pasión,
Cuna de risas y fiel vengador,
Señor de la idea, el Verbo, el perdón.
Con tácita, cruel indiferencia me olvidas,
Enviando mi ser a tu irremisible pesar,
Hormiga en tu bota, mancha en tu camisa,
¿Qué más he de ser, cómo me has de ignorar?
Si hubiera un instante - ¡qué digo, un segundo! -
En que tus ojos hipócritas dejen de velar,
Haría en tu honor un altar de heces
De vino apurado en sacrílega paz;
Sacrificios en Tu nombre mancillando el bronce
En muslos de vírgenes perpetuas sin luz,
Bebiendo aquellos fluidos sin nombre
Que colman al hombre de orgasmo y quietud.
Si la copa ha de romperse en tu lecho,
¡He de beberla antes del ocaso!
¡Te niego el último tributo anhelado:
Sumisión, obediencia y confianza sin par!

Porque hijo de hombre, he sido maldito
E hijo de hombre, así me encontrarás,
Empuñando la espada contra tu amado sino
Y olvidando que de tu gracia hemos caído,
Pues solo nos queda ganarnos el pan.