martes, 30 de diciembre de 2014

Si tú me hubieras pedido que me quedara, la idea no hubiera sido más que eso, un mero pensamiento.

Pero no fue así.

sábado, 29 de noviembre de 2014

El pequeño hombre triste.

El pequeño hombre triste caminaba por las aceras de la ciudad sin nombre, con un pequeño silencio tan triste como él cerrándole los ojos. Sus zapatos estaban tan llenos de lodo que cada huella de sus pasos se quedaba marcada en el pavimento, y le pesaban los pies al caminar. Parecía que había andado bastante - ¡casi treinta años! -, y eso se podía ver en su espalda de anciano prematuro, en los hilos grises que se asomaban, temerosos, entre la espesura de su cabello que alguna vez fue negro. Ese hombre, tan pequeño y tan triste, había ido de una ciudad a otra, buscando quién sabe qué cosa; creía que alguna vez otra persona le había dicho que se llamaba "felicidad", pero ahora no estaba tan seguro: la soledad le había endurecido los recuerdos para que se le olvidara cómo llorar. Papá Tiempo le había prestado unos años, para que se le cansaran las piernas y al final decidiera volver por sí mismo a la casa gris desde la que había comenzado el viaje. Ahí le esperaban otros hombres tristes que fueron de una vida a otra antes que él, algunos de los cuales dijeron cosas muy sabias o cantaron canciones muy bonitas; por eso a nuestro protagonista le daba vergüenza regresar, porque cuando los otros salieran a recibirlo no tendría nada que darles: ni una copla, ni un bonito libro con cubierta de colores, ni una melodía que hiciera bailar a quien la oyese. Nuestro hombre triste era pobre en esas cosas, apenas y sabía decir su nombre además de una que otra palabra rimbombante.

Pero a pesar de que no quería volver, el hombre triste empezaba a cansarse, con veintisiete lunas que habían encontrado cama en sus hombros, y le pesaban y le hacían doblar los brazos. Apenas podía ver a medias, el pobrecito, y eso con mucho trabajo porque la lluvia no se cansaba de darle golpes en la punta de la nariz. De vez en cuando, tomaba unos tragos de algo que a veces se parecía al jugo de manzana, y en otras era una bebida transparente, que olía fuerte y por un ratito le hacía sonreír. Pero solo le duraba un tiempo, porque cuando se le había acabado, volvía a mirar a su alrededor, con las mismas luces blancas y amarillas que decoraban las calles; con la amenaza de otra luna que quería hacerse un espacio justo entre su pecho y su corazón; con el maullido de los gatitos que se habían quedado atrás, en otras ciudades; y entonces solamente soltaba un suspiro largo como las notas de una canción antigua, para seguir caminando después, con la cabeza baja y contando sus pasos. A veces se sentaba a la orilla de la carretera y veía los autos pasar. En otras ocasiones, cuando se le acababan las banquetas y no sabía contar otras diferentes, sacaba un pequeño papelito de su chamarra y escribía las ideas que le venían a la cabeza: ave, miedo, ornitorrinco, amor. Había quienes decían que eso estaba muy bien, que era bonito y que quizá otras personas querrían leer las cosas en las que el hombre triste se gastaba los pocos lápices que le quedaban. Pero él solamente sonreía, negaba con la cabeza, a veces arrancaba la hoja para quemarla y calentarse la punta de los dedos (¿para qué más le podrían servir los pedacitos de papel?), dejando un montoncito de ceniza blanca como la nieve, aunque la ceniza debía ser negra o gris. 

El pequeño hombre triste había conocido toda clase de personas. Estaban los que le habían prestado una cama para pasar la noche calientito; los que, aún mejor, le habían dado un abrazo; los que le habían quitado hasta las cobijas que cargaba; los que querían caminar a su lado pero pronto se cansaban; los que le abrían la puerta de sus casas para que se quitara los zapatos y contara sus historias. Todos ellos se quedaban atrás, al final, porque él tenía que caminar solo, nadie podía cargar todas esas lunas junto con él. Por eso, cuando algún ave o gato u ornitorrinco caminaba al lado suyo, él dejaba de ver al frente del camino, para que sus ojos solamente se concentraran en quien quería acompañarle. Pero él sabía que tarde o temprano volvería a andar en silencio, resguardándose de la lluvia y el frío bajo los techos de los edificios viejos. Y es por eso que el pequeño hombre triste le daba todo a los que querían acompañarlo, porque si a algo le tenía miedo, era que cuando al fin encontrara la llave de la antigua casa gris, nadie le iba a recordar. Por eso andaba y andaba, y a veces trotaba y a veces iba de rodillas: porque sabía que cada día para él, era el último, y que en su caminar encontraría el sendero de regreso. Y también sabía que posiblemente la luna número veintiocho sería demasiado para él; de modo que, quizá, la casa gris estaría a la vuelta de la esquina, y la llave estaría esperándolo, como un descanso que siempre había esperado, para llevarle de vuelta al hogar. Ciertamente, era un hombre muy pequeño, y muy triste. Pero no conocía otro modo de vivir, de modo que seguiría caminando, hasta que las suelas se le acabaran o hasta que las piedras fueran tan pocas, que supiera al fin que había llegado a su destino.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Velo.

Ver el mundo detrás del espejo es una experiencia confusa. Existes en un limbo sin tiempo ni nombre, deslizándote entre lo tangible e irreal; tus sentidos registran impulsos, debilitados por la suave cuna del velo, de modo que el dolor se vuelve simple molestia, el amor se degrada a un latido irregular del corazón, el mundo se torna difuminado y gris. Las voces lejanas te alcanzan a través de un filtro que las convierte en una caricia tenue, que apenas es suficiente para que tus oídos vibren y te hagan saber que hay alguien ahí, que tu presencia no es única en tu muy personal infierno. El día, entonces, es una celda silenciosa, cuyas paredes de granito e indolencia aíslan las percepciones del exterior, condenándote a escuchar perpetuamente tus propios pensamientos, como una letanía interna que no cesa de acusarte. 

Los pensamientos son una multitud incoherente y caótica, incapaces de ponerse en fila y ser elegidos uno a uno. Y el habla, entonces, es una serie irreverente de balbuceos que pugna por hacerse entender; imagino que para los otros, verte del otro lado de la tela fina que se ha entretejido alrededor de tus ojos debe ser un deleite y una broma, con las pupilas dilatadas y la breve, mas insigne, lucha por hilar ideas con palabras. En tus sienes hay un ritmo incesante, cadencia fatídica que resuena como un tambor sin sentido, marcando el paso de tus propias venas. Protegido en tu calabozo íntimo, donde las voces intentan alcanzarte pero invariablemente terminan escapando, tu existencia transcurre en un estado de complaciente idiotez. Y terminas escribiendo toda una sarta de estupideces que carecen de la más elemental lógica, tan solo por sentir que el vómito de tus pensamientos inconexos puede salir y no ahogarte por dentro.

Este rostro no es mío. Estas emociones amordazadas, estas manos temblorosas, estos orbes dispares que amenazan con emprender camino propio. Esta piel indiferente al frío y calor, estos vocablos sin sentido, estos andares de albatros sin alas. Estos oídos sordos de tanto escuchar, esta presión errática, esta visible y suprema perdición que me tiene sumido en un mar ingente que me desliza de un lado a otro. Este cuerpo animado por costumbre, esta sombra que se cierne sobre mí sin llegar a engullirme, tan solo manteniéndose paciente, al acecho. Este existir automatizado, este no soy yo. Pero lo soy.

Es por eso que odio depender de un comprimido para ser funcional.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Él siempre será Brimaz Snowflake León Droguett.

Tú siempre serás la Princesa T.

Y yo siempre tendré el anhelo de verte llegar...

lunes, 3 de noviembre de 2014

Adiós.

Y he aquí que el final
Llegó antes de lo esperado:
Como todo clímax sin nombre,
Sin anuncio, sin calendario,
Solo como fría convicción.
Con un ser que, inadvertido,
Ronronea con satisfacción;
Con una sola persona
Esperando que el "no"
Salve un alma perdida
Que nadie jamás amó.
Viento soy. Aire helado.
En vaivén y danza me tornaré.
Lanzo el anzuelo, atrapo una nube,
La utilizo de guía y sostén;
El último abrazo,
La solitaria lágrima,
Fetiches de anciano
Y dolores de juventud;
Regalos inmerecidos, sin causa,
Dolor en olvido, dulce traición.
El andar de los años me ha traído.
Las verdes centellas de luz y color
Iluminaban mi ser por fugaces vidas,
Regalaban mis ojos con esperanza fallida.
Y es que mi alma, prisionera del todo,
Luchaba por huir y jamás regresar.
El recuerdo más triste, cierto y amargo
Se esfuma en el humo
De tu respirar.
Amé. Creí. Desvelaba misterios,
Pretendí ser poeta, artista, creador.
Fatal sinsabor, desengaño divino:
Se acabaron las horas esperando al amor.
Me había prometido escribir mi epitafio.
Me faltaron las fuerzas,
Sucumbí, fallé.
A media vista, invoco milagros
De días y fechas que nunca olvidé.
Mi paso por los cielos resultó invasivo;
Vedado tenía el leve fervor
De aquel que creía sentirse digno
De aquel que luchaba
Reía
Lloraba
Y alzaba la voz
Clamando por Dioses
Que le olvidaban sin temor.
El día no estaba escrito. Solo la hora
Era sonada, digna, certera y feroz.
Una noche helada, en cruel compañía
De alcohol y pastillas de lento olvidar.
Le pedí a la vida un respiro, una tregua:
Se reía de mis plegarias,
Callaba, sonreía,
En la triste historia de mil galaxias
Que sucumben conmigo,
Se van sin alegría,
Y los mundos imperfectos
Que hubiese podido crear.
En el momento soñado encontró a sus dioses.
Procesión y panteones que habría de añorar.
Mi vida fue estúpida,
Mi corazón condenado,
Mis ojos cansados,
Mi andar pausado,
Mis esperanzas vanas,
Mis letras necias,
Mis dedos torpes,
Mi escritura inmensa.
Pero nada queda
Cuando el Sol abraza
El cálido vergel
De las vidas pasadas.
Tu viento, mi amor
Pudo levantar mi alma.
Tu historia, amor mío
Quizá fue el arma
Que pusiste en mi mano,
También fue la bala.
Pero a nadie culpo,
Ni quisiera nunca hacerlo.
Soy ciego por convicción,
Olvidado por descuido,
Juguete para siempre roto,
Poeta maldito de bolsillo.
Grácil esbozo fuiste,
Grotesca invención me encontraste.
E incoherente, desgarrado,
Será el epitafio de mi arte.
Porque ha perdido la cordura
El escritor silente. Solo
Con la mitad de su vista
Permite que el papel sienta
Los destellos de últimos segundos
Que pasaré extrañándome.
Tu pesar será mío.
Cuidaré de todos
Desde un lugar diferente.
A la vida le ofrecí dos cosas:
Mi tristeza y mis letras.
Ambas fallecen conmigo.
No hay razón para que vuelvas.
Se termina el horal,
Cae la cortina,
Ha dado fin el recital.
El poema del niño muerto
Compuesto por mis manos.
La débil visión del orgasmo
Derruyendo mis abrazos.
Y las yemas congeladas
Que preceden al sepulcro:
Levanto la tapa de mi ataúd,
Busco confort para el moribundo
Que llevo en mi interior.
El testimonio de mi vida
Será una cruel endecha.
Para juzgar a mi cobardía
Bastará con una flecha
Lanzada hacia los cielos
Y perdida en los mares
De la belleza.
No pude explicar al hombre.
Solo intenté cantar.
Fracaso
De intrépida estupidez
Y callada ambrosía
Que bebí de labios ajenos.
Bufón.
Albatros.
Tentador y tentado.
Eco de un encierro,
Libertad para el entierro.
Mis últimas palabras
Carecen de sentido
Como el camino que he llevado.

Y cuando cierre los ojos
Se acabe el destrozo
Veré, estoy seguro,
El puente de Oniros, esperando.
Desde mi cielo
Romperé en pedazos
El cristal en que tuve
El ánfora de mis años.
Quise escribirle a lo bello.
Plasmar mi ideal.
Pruebas fehacientes e inútiles
Fueron mis poemas,
Cantos,
Alabanzas,
Cuentos, historias, ideas, llantos.
Alguien los habrá de sepultar
Que se vayan conmigo
Pues quiero ser olvidado.
Que mis cenizas se dispersen
Por un risco elevado
A media tarde, en el crepúsculo
Para que nadie encuentre
El lugar de mi reposo.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Cuenta atrás.

Falta muy poco ya para el plazo convenido. El tiempo me ha jugado malas pasadas, casi logra que olvide la apuesta que las Moiras y yo pactamos en cierta noche de plenilunio, fantasmagórica, predestinada. Ningún hechizo de amor, ninguna promesa sin embargo, ha logrado disipar ese primer embrujo; me siento atraído al suave susurro del abismo con la fatalidad de quien nace para la condena. Los días se suceden con desesperante lentitud, cada minuto es un recuerdo, cada hora la obra infinita de un Dios que ha fallado en su tarea, abandonando a este despojo a su suerte. Escribo porque las ideas amenazan con hacer explotar mi corazón; es un desahogo, o quizá el testamento último y agónico de alguien que solo desea ser salvado, a sabiendas que nadie podría hacerlo.

Un par de tenazas han apresado mi respiración. Los hospitales se hacen mi segundo hogar (si es que alguna vez existió un primero), mi organismo falla al tiempo que mi voluntad flaquea; ebria caricatura de mí mismo, existencia triste que requiere del beso etílico para conciliar el sueño. Podría ser un buen escritor si alguna vez pudiera aprender a escribir. Pero solo soy yo, o una sombra de lo que pudo ser; ¿quién podría saberlo? A medida que las fechas pasan y que el día se acerca con raudos pasos, las razones disminuyen, este escenario surreal se transmuta en decenas de miedos irreales, Sísifo de mis propios pensamientos. Mi percepción es nublada, a manera de vaho idiotizante que cubriera mis ojos de una realidad que deseaba con anhelo desmedido. Una realidad en que aprendí a amar, en la que hice intentos por no perecer en mi propia oscuridad, en la que fallé miserablemente.

Solamente quedará la despedida. Veintiocho días, una por período de veinticuatro horas. Habrá que encontrar valor en la necesidad de no dejar cabos sueltos.

martes, 28 de octubre de 2014

El deleite más grande de la felatriz es servir. Un par de labios carmín, entreabiertos, expectantes. Con suprema resignación, casi deseando que su pureza sucumba ante el falo invasor que habrá de romper ese sello del pudor, carne contra carne, un culposo placer de ser objeto de placer y deseo lúbrico a un tiempo. Plena realización del masoquismo inherente a todos, que en mayor o menor medida llegamos a desear ser usados por alguien cuya voluntad nos subyuga, ante quien el cariño es una muestra ganada y la recompensa máxima es la expresión ajena de libertad y desconcierto cuando el clímax acontece, traicionando los sentidos a la par que al corazón.

Quizá el momento sublime en que al final esos labios se cierran alrededor del miembro, condenados a memorizar la sal de la piel endurecida, a recorrer cada centímetro con dolorosa derrota, pues la inocencia sucumbe a la tentación con alarmante rapidez. Un par de manos, sí, asiendo a la dueña de esos labios, imprimiendo el ritmo dominante, usando esa boca como simple receptáculo, imponiendo su marca y voluntad. Jadeos ahogados, una garganta que se resiste hasta el final, rechazando al intruso enhiesto. Pero el mismo reflejo traiciona a la víctima, y al final cede, con la totalidad del sexo ajeno penetrando sin cesar. Y entonces el círculo se completa, una fusión pecamimosa y desbordante de soledad; cada uno en sus placeres propios, a solas con sus fantasmas eróticos, apenas conscientes de ese palpitar apremiante de los genitales que urgen al coito y al olvido.

Con esa misma sumisión plena te has entregado a mí en ocasiones de otras horas. Siempre ha sido satisfactorio derramarme en el interior de tu experta caverna, me sabes como el preso conoce los eslabones de su cadena, no necesito guiarte más para obtener lo que quiero. En el momento en que el diván me da hogar y te mire con esos ojos inconfundibles, demandantes, sé que veré contonearse tus andares de mujer estelar, llena de ti misma y de mí a una vez, inseparable, dedicada, paciente. Lo sabes, conoces el proceso, te entregas de forma desmedida mas exenta de miedo; tu cuerpo recuerda que, si bien habré de horadar tus muros con franca sinvergüenza, también en el asedio sentirás tus pétalos abrirse a mí, cortesana eterna; con la misma destreza del amante conocedor, habré de proporcionarte adoración igual a la que tú provees con tu caótica manera de amar. Te desbordas, puedo olerlo casi: me intoxica la fragancia de tu ser femenino, ese núcleo sin nombre que explota con mi lengua, mis dedos, mi sexo. Me perteneces, porque yo tengo la condena de ser tuyo; hagamos, pues, de esta mutua simbiosis algo lo más delicioso posible.

Solo haz un favor, cariño: te he enseñado antes que ninguna gota debe desperdiciarse, y por mucho que me enardezca ver el correr de mi simiente sobre la curva de tu mentón, trazando una ruta incansable hacia ese valle que pronto cubriré de cariclias, de vez en cuando debes recordar las reglas. Venga. Sé buena chica, no dejes nada mancillar tu piel lechosa, de lascivo espectro: rinde homenaje al regalo que la concupiscencia ha dejado en tu boca. Siempre es un íntimo consuelo ver que sucumbes, al final, a tu destino de abeja reina, y que el consorte que has elegido dista en gran medida de ser un simple zángano. ¿No es verdad, mi dulce castigo, que te has acostumbrado al sabor de mi hombría? ¿Que las noches en que no compartes mi lecho se vuelven tedio y augurio, que incluso cuando leas esto un cosquilleo traicionero despertará tu naturaleza de mantis? Tantos símiles, vida mía, y todos han venido a parar en lo mismo: la curva sinuosa de tu espalda que se pronuncia cuando jalo tu pelo y te aproximo hacia mí, levantando tu rostro que se hundía entre las sábanas.

Tantas letras y poesía, desperdigadas junto con tu ropa interior. Ah, y no es que no exista música y arte en el sexo bien entendido: la belleza del acto voraz se compara a las sinfonías, solo que no son cuerdas y oboes quienes dibujan el ritmo, sino el chocar de mis muslos contra tu centro. Y es que podría perecer contigo, en ti, dentro de tu ser, arriba o abajo, pero siempre ahí. Quizá tengas el privilegio de matarme algún día; pero esta noche, te aseguro, las amenazas no se cumplirán, más allá del mandato tácito que exige que te corras entre mis dedos.

De modo que he sido claro. Si necesitas saber más, ven. Siempre estaré dispuesto a recibir tus honores de felatriz.

lunes, 20 de octubre de 2014

Ven.

Shh. Calla, pequeña. Esta noche no quiero escuchar razones; si acaso, lo único que deseo es el sonido de tus gemidos de gata en celo, tu respiración agitada, el golpeteo de tus muslos recibiéndome sin tregua. Se ha terminado la poesía; incluso el alma más sensible puede dar paso a un depredador silente, que merced al encierro ha afilado aún más sus colmillos. Cuántas palabras bellas he declamado, qué odas, ¡qué consuelos! Cuando, esta vez, solo me queda el anhelo primitivo de que seas mía.

Ah ah, ¿no te he pedido silencio? No tienes permitido abrir la boca, cuando no sea para recibirme dentro de ella y hacerme llegar al clímax. Oh, y es que todo tiene un límite, cariño: y el suave contoneo de tus andares ha terminado por llevarme al mío. Ven, álzate la falda, obedece. Sabes muy bien cuánto tiempo he esperado por ver la sumisión en tus ojos, y aunque tu buen juicio te recuerda que jugar con fuego es peligroso, no es algo que te importó en el pasado, cuando me buscabas y provocabas las ansias de fundirme contigo, entre tus piernas. En esos momentos nada era necesario, más allá de esa jodida danza infernal en que me devorabas y yo te revivía con cada orgasmo. ¿Recuerdas? Yo sí, te lo aseguro: puedo dibujar el contorno de tus caderas con la lengua, trazarte en mis delirios y disfrutarte con la sabia paciencia de quien esculpe su obra maestra. Tus aires de fingida inocencia me engañaron, sí. Ese mirar cálido y de tenues notas de jazmín. No obstante, cuando las ropas cayeron y comenzaste a montarme cual amazona en franca pérdida del control, se acabaron los versos para dar paso a los suspiros. Y ahora que estás aquí, adivina: poco queda de ese sujeto que solo podía adorarte sobre un altar, lo has digerido y moldeado a tu ego y placer. El único presente soy yo, y ahora no quedan restricciones para arrancarte los velos de pudor que finges tener. Puro y franco instinto carnal.

Veo que comienzas a entender qué papel juegas en esta comedia. Te has quedado quieta y silenciosa, de no ser por la mano que (esperabas no viese) se deslizó discretamente en el recoveco de tus pecados. Y escucho claramente el aliento sibilante que despides, huelo ese perfume salado que acompaña la hinchazón de tus pétalos. Buena chica; sucia quizá, pero buena a final de cuentas. Qué complacido me siento, desde este asiento donde puedo esperar a que tu naturaleza te traicione y vengas gateando hacia mí, en busca de una tregua que no pienso darte. Ingenua mía, ¿esperabas que esas medias me sedujeran, que el vaporoso encaje cegara mi furia? Apuesta equivocada, chérie: no pienso despojarte de nada, tú misma me arrojarás hasta el último trozo de tela a los pies. Baila para mí, sé Mesalina, sé Babilonia. Ahógate con las memorias de tu espalda curvándose sobre la cama y la almohada sufriendo el castigo de tu morder. En la expectativa encontrarás mi pesar, entenderás por qué el esclavo se ha vuelto tirano, aceptarás tu suerte de cortesana y te rendirás a mí.

Es una orden: deja lo inútil atrás, aproxímate.

Aplaudiría, de no ser porque mis manos están ocupadas en algo infinitamente más importante: ahorrarte el trabajo de despertar mi enardecer. Puedo ver tus ojos siguiendo el vaivén, te muestras fascinada y atemorizada a un tiempo. Hacía tanto que no gozaba del desconcierto en tus facciones de seductora. Qué dulce te ves, tus labios carmín trémulos e impacientes, la piel de tu cuerpo abriéndose poco a poco al calor de tu centro. Claro que ha valido la pena esperar. Y mientras balanceas de un lado a otro tu gravedad, el bamboleo de tus senos generosos despide su propia, enigmática fragancia; una clara invitación a qur los marque de mil maneras distintas, que todo tu cuerpo dé fe de que yo estuve ahí. No sabes lo que te espera. O quizá sí lo sepas, y por ello tratas de desviar la mirada, te avergüenzas del rubor traicionero que tiñe tu piel de porcelana. Las hebras de tu melena azabache intentan cubrirte; tarea vana, todos tus secretos son míos ya. Te conozco como el amo conoce a su manceba, todas las fronteras derruidas y tan solo queda esa relación de dependencia, en que no podemos vivir sin el otro. Yo morí ante tu hechizo, pero tú eres ahora sierva de mis caprichos.

Veo que quieres hablar de nueva cuenta. Ven.

Es hora de que calles, y que tu garganta se acople a mi ser. Una vez pagada la fianza, negociaremos tu condena. Tus habilidades de felatriz serán la pieza clave que podrá salvarte o dictaminar un castigo más prolongado. Cuántas marcas habré de dejar sobre tu pellejo perlado por el sudor; si las personas que te vean al día siguiente podrán distinguir o no mis dientes en tu figura. Ven, felina domada; trae acá ese lindo trasero tuyo, ponlo frente a mí; la primera lección que has de aprender es que nunca tengo que repetirte las cosas. El último deje de reticencia ha desaparecido de tu sonrisa: aceptas tu lugar, te has sojuzgado a mis intenciones. Relames tus labios con fruición. Es hora de que empieces con tus argumentos.

Ven...

lunes, 13 de octubre de 2014

Los días en que el Sol brilla más, amor mío, son aquellos en que tu recuerdo no está empañado por la hiel de la pérdida. Te evoco, ninfa adorada, con la prístina melancolía del eterno deudo; tu imagen se me aparece con la justa medida de pasión y reposo. Cada hilo de tu cabello ópalo de Medusa es un deseo, una réplica del cordón de plata que me sigue atando a esta existencia sin porvenir. Cuando los rayos dorados tuestan tu piel de espíritu, recuerdas a las odas que poetas verdaderos entonaron a sus Musas en tiempos pasados: eres Eurídice, eres Beatriz, tu nombre se muda en Erato y Calíope a un tiempo. Cada lágrima que ocasionaste, fatal pléyade de los rincones prohibidos, se evapora con estelas de matices iridisados; tu aliento transmuta en gorjeos cada uno de mis cantos anhelantes de ti. Avanzo, sí, y ni por un momento dejan de acudir a mis versos múltiples rimas en las cuales recrearte. Te vuelves entonces la pluma y la obra, siendo el lienzo que te dará hogar la Creación entera. Te ensalzo y reverencio no como tú buscas serlo, sin el deseo de alimentar tu amor propio y de esa manera escindirte del resto del género humano; sino que es mi deber, como la mano indigna a quien le ha sido encomendada la tarea de alabarte.

De la gris capa que abriga la ciudad, solo puedo ver cada rasgo que Febo arroja con soberbia lanza; ahora eres tú el efluvio que nubla mis sentidos, cegándome a las realidades adversas en las que nunca volverás. Cómo logro pensarte, límpida y libre de remordimiento, es un misterio que no osaré desvelar; pues quizá en esa respuesta pueda encontrar el óbito de mis letras, que son todo cuanto le resta a este camino estéril. Sin embargo, es así y no existe razón alguna que me mueva a dejar de intentar trazar siquiera tu figura de felina, o el contorno del rubí que ha coronado tu rostro en infantil puchero, o tus pestañas, una a una, contándolas con el deleite del millonario que apila monedas de oro en noches insomnes.

He aquí, pues, una voz que desfallece cada que ha de entonar una nueva pérdida. Y también estás aunque te ausentas, porque no me atrevo a dejar ir la sombra de un recuerdo que ora palidece, ora me recuerda cuán bello puede ser emprender la fatal existencia. ¿Qué más puedes pedir al escritor que se ha rendido ya, sobrepasado por una luz que jamás alcanzará a describir en magnificencia?

domingo, 12 de octubre de 2014

Arabella.

Eres, mujer,
La tentación pendiente de un infierno
En el que deseo caer.
La faz de un mundo oculto
Del que cualquier profano se enamora;
Eres la vida encarnada
De estrellas fugaces y artificios.
Tu nombre irreal
Y las promesas de tu lecho cálido;
Los milagros de tus ojos carmín
Bajo el reflejo de los míos desesperados.
La fragancia de tu sexo:
Depredador constante
Que confunde al viajero
Y lo hace víctima
Del influjo de la Luna
Tras tus cabellos.
Cruel verdad la tuya,
Que en la caza incesante
Cosechas mil y un corazones
Sin que ninguno llegue a tocarte.
Femme fatale. Sirena, náyade,
Musa, inspiradora, virgen amante.
Ninfa, princesa, asesina sin tregua
Que compones mil epitafios
Para cada uno de tus fallidos amores.
¡Cómo anhelo, en tu altar reservado,
Adorar a los Dioses por el frío de tus labios!
Eres, Arabella, el más suave cántico
Que mortal alguno compuso en tus brazos.
Muero de ti. Te sangro.
Bebo las heces de un vino agotado
Que alguna vez manó entre tus muslos.
Deseo tanto morir asfixiado
En tu abrazo de serpiente,
En tu boca de alabastro;
Dejarme el alba noche tras noche
Contando, uno a uno, tus cabellos de ónix
Y la luz que se enreda entre ellos.
¿Cómo no amarte, Arabella,
Si tus plegarias silentes han roto mi cordura?
¿Qué dios enloquecido, Arabella,
Insufló la vida a tu figura?
¿Qué pecado, qué condena
Merece el género humano
Para que existas, pulsión de vida,
Y muerte constante en agonía
Tan sólo con verte,
Con la idea
De que nunca serás mía?
Arabella,
Hoy te canto
Como un lobo aúlla a Selene;
Para siempre inalcanzable,
Lejana y distante,
Perdida para siempre:

Mi única locura.

viernes, 29 de agosto de 2014

Existe una cierta clase de personas, destinada a ser parte del olvido perpetuo.

Existen algunos seres que olvidan cómo soñar, y cuando el recuerdo los abate, solo es para dejar un sabor amargo con la memoria de las verdades frías que su subconsciente ya sabe.

¿Será que la soledad es privilegio de unos pocos, incómoda amante que desearíamos negar, pero cuyo lecho es el último reposo que le queda al escritor en el tiempo de su muerte?

jueves, 7 de agosto de 2014

T.

No puedo decir tu nombre. El sencillo hecho de mencionarlo evoca una tormenta de emociones en mí.

Tu llegada fue un asunto realmente sorpresivo. ¿Recuerdas, acaso, cuál fue el heraldo que anunció tu presencia en mi vida? Eras un enigma que ardía en deseos de resolver; mujer como tú no conocí en vida alguna. Tu mente, un delicioso embrollo, a la par con una lírica que tus palabras brotaban por cada vocal y consonante; y tus ojos, ¡brillantes orbes con un destello de locura, que al mismo tiempo eran cruel prisión de una ternura voluntariamente encadenada! Resulta interesante lo difícil que me es hacerte saber la confusión que me causabas: qué presencia tan fascinante eres, revolviendo todo a tu paso, llevándote contigo toda reticencia en el vórtice de caos que provocas. Nuestra historia ha sido un juego de palabras veladas, desórdenes y promesas, aderezadas con un toque de intriga y bastante cariño de por medio.

No resulta extraño, entonces, que haya llegado a apreciarte en tan singular manera. A veces fría, dudando de ti misma; en otras ocasiones explosiva, pasando del silencio más absoluto a la complacencia y barahúnda concupiscente del festejo. Eres un misterio insondable, mujer de marcada irreverencia y vívidas pasiones. Alguna vez lo dije: "eres el tren de emociones que una vida sedentaria como la mía no puede dejar pasar". ¿Cómo resumir de mejor manera todo aquello que has provocado? A tu paso, has removido los mismos cimientos de la tranquilidad de mi existir; has conseguido que mi mente te reviva en los instantes más fortuitos, que ciertos detalles que antes pasaban completamente inadvertidos para mí se vuelvan importantes de súbito. En gran medida has abierto mis horizontes, y ya no puedo ver el mundo del mismo modo. You've rocked my world, baby.

Así pues, ¿cómo es posible que esperes, que yo sea capaz de permitir que te marchites en silencio? Los Infiernos habrán de congelarse antes, tornándose en gélidas moradas para los caídos; en algún momento fuiste un deseo que buscaba de la manera más obstinada posible, y ahora porfiaré con tus propios anhelos de olvido. Resultaría infinitamente más sencillo permitir que tu existencia decaiga en un olvido inmerecido. Asentir, simplemente, ante tus declaraciones de nula valía. Mas eso significaría que todo lo que he dicho hasta ahora es una vil mentira; y no soy hombre que sepa fingir en estos menesteres. Es completamente imposible que alguien sin méritos fuese capaz de avivar esta revolución en mi pecho.Si estoy lanzando esta declaración a los cuatro vientos, es porque deseo que quede como un perenne recordatorio de todo aquello que he dicho ya; no tengo intención alguna de callar tus alabanzas. T., existen juramentos que no se olvidan jamás; y en ellos se funda el valor humano. Uno de ellos fue que podría esperar hasta el final de mis días por una pequeña, sincera sonrisa tuya. Ten por seguro que lo haré.

Joya de obsidiana, engarzada en la plata de tu piel tersa. Cabellera de ninfa, andares de gitana. Unos labios que decretan la muerte del pudor, y la figura esculpida de una beldad imponderable. Y en tan sublime envoltura, una mente atribulada, que aún así demuestra grande potencial. Me pregunto qué clase de idiota podría dejar pasar la oportunidad de trabar amistad contigo, qué corazones podrían caminar a tu lado y no ser tocados por tu magnificencia. Porque tú, T., eres más de lo que mis pobres descripciones logran trazar en burdos y grandes trazos; porque tu propia incredulidad ante lo que otros ya saben, no basta para opacar las voces que aún siguen clamando por ti. Quede ésto como un tributo fehaciente a ti, mujer de contrastes y altibajos; y si mis palabras - si yo mismo, recordatorio de otras épocas - caen en el olvido, siempre quedará este manifiesto de la conciencia, para que nunca te permitas relegar al abandono todo cuanto he dicho. Pues, dicho sea de paso, aún deseo caminar a tu lado y cuidar de ti. Regalo más grande, fuera de tu sincera felicidad, no podrías hacerme; y si me ha sido permitido volver del limbo, al menos desearía que mi retorno valiese la pena. Mujer, qué mayor empresa que tú para probar mis fuerzas; he aquí a tu siervo, que espera simplemente estar a la altura del reto que implicas.

T., algún día podré pronunciar tu nombre en voz alta, teñido de incredulidad por verte pasar frente a mí. Y hasta ese momento, seré yo quien se convierta en tu fuerza. Ya conozco el vacío, he escapado de él a duras penas. Al menos conozco el sendero de regreso, y para mí será un enorme placer guiarte. Por una sencilla razón: lo vales, aunque te empeñes en lo contrario. De modo que esto también es una invitación nada sutil: ¿te gustaría tomar mi mano?

martes, 5 de agosto de 2014

¿Por qué?

Ciertos precios deben pagarse. No existe alguna escapatoria para estos cobros de la vida; sea en sudor, lágrimas o sangre, hay peajes que tarde o temprano se cobrarán. El cambio es una de esas tarifas: trocar el camino o pagar más por seguir siendo la misma persona.Y cuando uno se decide a liquidar su adeudo; aceptar el duro realismo de un impacto que se cierne sin tregua alguna, amenazante y presto, admitiendo que la vida no será igual cuando la tempestad haya amainado, sino que los escombros apenas servirán para intentar reconstruir; cuando se intenta proseguir la senda, lo que se espera al menos es que valga la pena el dolor que aceptar lo inevitable causa. ¿Cómo reaccionar, entonces, cuando el sacrificio resulta vano, y se ha realizado un pago a una cuenta inexistente?

Dejarte ir fue el equivalente a arrancarme la esperanza y regalártela en una bandeja. Emprendí el viaje porque el futuro prometía tiempos mejores: lo que siempre habíamos anhelado. Cinco años de constantes amores, decepciones, carencias; cinco años que transcurrieron como un veloz suspiro, que volteo a ver con nostalgia y me inspiran algo similar a la melancolía, teñida con decepción. Al final se tuvo que dar muerte a las promesas, cada quien se dispone a continuar sus pasos; lo único que esperaba del "adiós" es que fuese el inicio de algo mejor para ti - yo no quería gran cosa, fuera de una sonrisa tuya. Y he aquí que incluso esa última promesa resultó vacía. La tumba que ahora te cavas es tan profunda, que ni siquiera puedes ver qué tanto en el fondo te encuentras; y ya no está en mi mano sacarte, me has negado ese privilegio. A tu lado, alguien que no está luchando por buscarte salida, sino que te ha dado la pala y el pico para que prosigas. Odio pecar de vanidad, mas, ¿acaso no fui mejor que él? ¿No estoy aquí porque deseaba construir algo para ti, poner mi vida y lo que pudiera ganar a tus pies? ¿No deseaba que mi simiente se perpetuara en tu seno, poder sonreír con orgullo cuando un pequeño ser, carne de mi carne, nacido de tu vientre, correteara por el césped con singular alegría? Dime, ¿no fue bastante mi ofrecimiento de hacerte venir aquí, de dártelo todo cuando no tenía nada, de darte tiempo para sanar y esperar por ello? Si él ahora te cuida, en el sentido más corto del término, y estimula tu dependencia, ¿entonces yo qué fui? ¿Tan solo un eslabón?

El amor que te tengo no palidece. Quisiera que menguara lo antes posible, dejar de sentir de una vez por todas y no embriagarme con la hiel de tu despedida. Quisiera, al igual que tú, encontrar alguien dispuesto a ser una almohada, a llevarme como una carga inmerecida; después de cinco años, de una ruta plagada de obstáculos, de ser quien pusiera rostro firme y algo de fuerza mal fingida, quisiera dejarme caer y permitir que alguien me levantase. Mas, ¿sabes? Eso no sucederá. Este punto de mi trayectoria se caracteriza porque, una vez más, estoy solo; y a mi alrededor, las personas, incluso quienes sienten algo por mí, deben ocuparse de su vida. No hay espacio para un guerrero caído en batalla, que no desea volver a levantar su espada ni cubrirse con el escudo ya. Se me pide que no mire atrás, que continúe el paso, aunque fuese lento y cansino. Pero debo decirte que eso no me es posible. Bendita inercia que mueve al cadáver; alabado el paso del tiempo, que poco a poco acerca el único consuelo disponible para mí. Espero que seas feliz, lo deseo con el más grande de los anhelos del conscripto a la vida; pero, en realidad, hay una pregunta que me atormenta, y que nunca voy a hacerte. Que, quizá, sea la única duda que me lleve al sepulcro frío.

¿Por qué?

domingo, 27 de julio de 2014

La celda.

Una tenue luz en la prisión,
Cortinas ennegrecidas que la dejan pasar.
Dos metros de aluminio,
Un solo y grande portal
Enmarcado en color oro,
Mi ventana en cristal.
Paredes color salmón,
Medio cuarto en penumbra;
La ropa esperando su turno,
Basura apilada sin ceremonia.
Una zona cubierta de madera
Que muestra ya varios agujeros;
La segunda escapada al frío
Con marcos de duro acero.
El lecho revuelto, como si fuese
Testigo de amorosas batallas,
Una almohada sola lo desmiente:
Solo una cabeza reposa
Cuando intento dormir.
Papeles, bolsas, uno que otro disco;
Latas vacías, botellas,
José Cuervo me dedica un guiño
Desde una esquina de mi mazmorra
Donde escribo cosas sin sentido
Y escucho el rugir del silencio
Abrazarse a mí.
Dos chamarras de cuero,
Negros ropajes de rebeldía;
Una maleta llena a medias
Con los restos de un día
Infame, en que llegué acá.
Cenizas por doquier,
Ceniceros improvisados;
Colillas formando corro
Alrededor de un Daniel's ya vaciado.
Y la siempre residente tristeza
En cada centímetro del cuarto.
Afuera, retumba el cielo:
Eos y Céfiro susurrando
Entre las copas de dos árboles solitarios.
El llegar de Selene, anunciado
Por los borrachos que pernoctan
Bajo el balcón.
Música, regalo inmerecido,
Llegando eclipsada por el hormigón
Hasta perderse en vibraciones
Que no siente mi corazón.
Piso de concreto, sin alfombra,
Frío cuando es de noche
Frío cuando toca el Sol;
Y no olvidemos el sillón
Que comparte mi calor
Cuando intento recrear
La tormenta de mi interior.

He descrito ya mi celda,
Solo falta agregar algo:
Un hombre, una computadora,
Mil excusas, el sonido del teclado;
Y el par de lágrimas perdidas
Que fingen correr por mis mejillas
E intentan perderse en tus brazos.
El carcelero me da salida
Para correr al segundo encierro;
De una a nueve, hasta la huida
Y volver al perpetuo confinamiento
Del que no pretendo escapar.

Quien me encuentre, en estado lamentable,
Al menos podrá quejarse
Que no arreglé mi habitación
Antes de salir.

sábado, 26 de julio de 2014

Colección.

Ciertas frases - algunas propias, la gran mayoría regalos de distintas conversaciones - tienen la facultad de ser recordadas por su agudeza o cinismo. He aquí algunas de las que yo atesoro.


"La misantropía bien entendida, comienza por uno mismo."

"No. Lo que más anhelo es no ser olvidado. Y lo único que hago medianamente bien, es expresarme. Ergo, mi única esperanza contra el vacío es, algún día, ser digno de ser leído."

"Alguien me dijo, alguna vez, la definición del infierno: el último día que pases en la Tierra, la persona en quien te convertiste conocerá a la persona que pudiste haber sido."

"Hay historias que no requieren de un desenlace para finalizar."

"¿Acaso lloramos cuando el Sol se hunde en el océano? La plena magnificencia del Sol se nos revela sólo en los pocos instantes que preceden y siguen a su desaparición."

"Has perfeccionado el arte de opacarte tú mismo, para que los demás brillen."

"La felicidad, me temo, es un asunto de egoísmo. ¿De qué otro modo explicas que las personas se empeñen en seguir juntas, aunque se destrocen mutuamente?"

"Aquel que quiere nacer, debe romper un mundo en el proceso."

"Cariño, no eres más que una rata que aspira a ser un ratón."

"Te regalaría un beso por ese halago. Pero, pensándolo mejor, si te recompenso antes de tiempo, podrías sentir que has cumplido tu objetivo... De modo que mejor esperemos, sigue diciéndome cosas bonitas antes que me arrepienta."

"El peaje de la vida se cobra en lágrimas."

"¡Y es que la gente siempre quiere malentender el sarcasmo! No se han dado cuenta que es la única herramienta que el ser inteligente tiene a la mano para evidenciar los errores de la evolución..."

"Tan lleno de vida, sí. Tan vacío de muerte, tan falto de tragedias, ¡qué existencia más feliz y engañosa!"

"Yo trato de describir. A veces también sólo me doy cuenta de la idea que perseguía mi inspiración hasta haber finalizado y pulido lo escrito.Cincel y martillo."

"... Pero cuando uno no es capaz de darse cuenta de lo que los demás ven....Nada sirve que te digan algo."

"Yo espero que puedas llegar lejos. La creatividad es un incentivo que, de mínimo, nos despeja un rato la mente."

"Recomiéndame lo que fumaste... Insisto que nunca podría escribir así, aunque la verdad no es mi intención hacerlo, no porque no me interesa, sino porque me das hueva."


viernes, 25 de julio de 2014

Apología del muerto. II

"Perdóname.

Por haberme ido antes que tú. Por ceder al impulso más primigenio que el hombre conoce, la pulsión de muerte que los hombres más sabios han reconocido antes que yo. Porque mi camino jamás debió cruzarse con el de nadie, y aún así, la necedad, la enorme necesidad de calor en mis venas me arrojó a los pies del mundo, contradijo mis principios más básicos, y me hizo esclavo del horror.

Por las esperanzas que mueren conmigo. Por los años que me tomó llegar hasta este punto del sendero, por las lágrimas que jamás debieron derramarse por mí. Por los tragos de buen licor que nunca debieron tocar mi garganta, por los cigarros que fumé y contribuyeron a las nubes grises, por la música que no me fue posible componer.

Perdóname, por... "

Habían tantas cosas que deseaba decir. Nunca fue un hombre de grandes palabras, solo repetía lo que otras voces habían descubierto desde los tiempos más remotos. Su verdadera herencia sería compuesta de los despojos que en su habitación se hallaban desperdigados por doquier, junto con un montón informe de papeles repletos de ideas nunca maduradas. El viejo olor a acebo de su encierro perpetuo, algunas reminiscencias del porvenir. Y la nota que intentaba escribir, la verdadera despedida que llegaba, al fin, tras años de complacencia y falsa redención.

Era una carta a todos y a nadie. A media frase, tuvo que interrumpir la diserción; sentía el familiar reflejo del nudo en la garganta, el cosquilleo indiscreto en los ojos que anunciaba el sobrevenir del llanto. No quería - no debía - flaquear, la decisión había sido tomada desde que tuvo su primer asomo de conciencia. Era un cuerpo que desde el vientre ya pertenecía al vacío; solo le fue permitido aprender, en la más incompleta manera, el verso que los poetas jamás se dignaron a escribir, el insulto que suponía su escritura a los dioses de lo excelso. Con las palabras llegaron los sentimientos; aprendió a decir "amor" antes de sentirlo. Parecía que su tránsito por este mundo solo había tenido el objetivo de encontrar en sí mismo el valor para permitirse morir. No obstante, había amado, cometió la grave falta que supone abrirse a otros; cuando era claro que su sino le imponía permanecer en soledad. Quizá fue eso lo que demoró el paso que ya se antojaba necesario desde los albores de su adolescencia; se creyó igual a otros seres humanos, se sintió falsamente digno de ser amado.

Todas las mentiras que llegó a creer se le revelaron como una última comedia. Reía y lloraba, todo a un mismo tiempo, enfrentado con la amargura de su verdadera situación; la proverbial película de su vida estéril pasó frente a sus ojos en una sucesión macabra, fehaciente testimonio de varios años repletos de nada. ¿Quién podría derramar un llanto más amargo que el desengañado? ¿A qué deidad inerme podría clamar en busca de consuelo? La venda había caído de sus ojos, todo era cierto: cuando al fin decidiera irse, los segundos continuarían su marcha sin mayor pesar. Qué bufón más triste había sido, siempre fingiendo entereza cuando a su alrededor se desmoronaba la realidad; nadie habría de ver a través de sus ojos, nadie merecía un castigo tal. Solo deseaba que un último abrazo acogiera el suspiro profético de sus labios marchitos.

Quizá la nota nunca tuvo un final.

jueves, 24 de julio de 2014

RE: Autonecrología.

Cada pluma escribe la historia de su propia muerte.

Decir, por ejemplo, que uno fallece por casualidad es un insulto al azar. No hay nada menos fortuito que las últimas horas de un ser humano. El gran sarcasmo del hado: el final no admite escapatoria alguna, y la búsqueda más importante del hombre es la forma en que ha de expirar. Toda la grandeza se pudre junto a los restos mortales; el legado siempre podrá ser tergiversado y puesto en el olvido; no queda más que el recuerdo cuando el paso ha sido dado. La fe, ese gran invento de los pobres de espíritu, ha probado ser eficacísima cuando el corazón se niega a aceptar esta cruenta verdad; olvidamos fácilmente que ninguna senda carece de destino, creemos que habrá algo más en el reino inaccesible cuya llave es el último suspiro. En tan sombrías reflexiones algunos encuentran paz; podría ser que la feliz aceptación de la verdad incómoda conduce a un páramo sombrío de franca certidumbre.

Quisiera poder escribir mi propia autonecrología. A la manera de un Macondo infecundo, releer los pasajes de mi vivir a medida que éstos suceden; una continua reinvención del verbo "perecer". Me siento seguro al decir que no existiría paisaje más desolador que el que pudiera enmarcar con los versos dedicados al día con día; en lo apático se encuentra la verdadera mina de la poesía. No hay mejor tragedia qué ensalzar, que la continua y épica lucha contra lo cotidiano. Los peatones entonan himnos de silencio, sus sentidos admirablemente embotados por la nube de sus propios pensamientos. Así pues, cada persona se ocupa de su propia biografía, escribiéndola sin darse cuenta que la tinta se ha acabado ya. Envidio a aquellos que logran descubrir el verdadero amor del suicida; haría falta ser un humanista declarado para enamorarse de las delicadezas de la muerte segura. Entre los velos de la locura, asoma la más profunda sabiduría; en el soberano desprecio de la existencia, se encuentra el más bello homenaje a la condición humana. Hace falta ser misántropo para empecinarse en vivir para siempre.

El mayor impulso para crear, es saber que los segundos corren, raudos y sin pausa, hacia un día de adviento. Habrá que contemplar la procesión de las horas, propiamente armado de una libreta y un cigarro; el pasaje es seguro de esa manera, siempre se estará listo para fenecer en la más completa tranquilidad. El escritor muere cuando ya no le queda nada por decir; y hay quienes se niegan a alimentar su vocabulario más allá de ciertas palabras de medianoche. Así pues, no queda otra alternativa más que seguir la necedad del germen creativo; a final de cuentas, no quedan más páginas que las justas para dejar fe escrita de un óbito anunciado con insuficiente premura.

miércoles, 23 de julio de 2014

De un "tú" ya ido y un "yo" que persiste.

El aliento que otro hombre se ha llevado; el imperceptible hechizo de tu perfume que ya ha dejado de inundar mi habitación con un vago olor a jazmín. La luz que, al colarse por la ventana, solía abrazar tu figura semidesnuda, marcando tu piel con un halo áureo que deslumbraba mis ojos indignos. Aún recuerdo la sombra que tu silueta dibujaba sobre el lecho que ambos bautizamos, librando una batalla a todas luces perdida, la guerra primordial entre nuestras naturalezas opuestas. Cada vez que tus labios derramaban su néctar sobre mi malograda humanindad, me sabías tuyo como un capricho apenas concedido, te sentía tan mía como mi brazo o mi pie. Eras una extensión de mi propio cuerpo, respiraba por tu boca, sentía cada impulso de tu carne soberbia como si fuera mi propio instinto el que hablaba por tus poros. Una miríada de recuerdos entre tus brazos, el sabor de tu vientre, la dulce voz con la que gemías mi nombre en las lindes del clímax.

Todos estos tesoros te has llevado contigo, tras tu partida. Tu adiós me ha arrebatado esas horas inmensas, el tictac del reloj que acompañaba la danza enloquecedora de tus caderas siempre embravecidas. Eres una espera inalcanzable, el jarro de agua que el carcelero ha colgado fuera del alcance del reo, quien solamente puede observar cómo el líquido se esmera en humedecer el suelo en vez de apaciguar la lengua del moribundo. Eres el deseo inquebrantable, la lujuria hecha seda, un invento desesperado de mi ser para no sucumbir a la melancolía; en suma, eres tú. Ese "tú" que ha caminado más distancia de la que yo podría recorrer con mi andar de cadáver; esa gloria que se ha escapado para siempre de mis manos, y que ahora centellea en el horizonte como el oasis que nunca ha de llegar. Así has dejado en mi lengua el suave gusto de tu amar desenfrenado, revolviendo mi mente con el huracán de emociones que cambió mi vida para siempre.

Hay ocasiones en que solo queda romper la cítara y marcharse a casa. He aquí el problema; algunos seres no tenemos hogar, vagamos a tientas entre la penumbra de esta vida maldita, y en ocasiones ciertos breves instantes de claridad nos permiten ver dos pasos más allá de nuestras narices. Así pues, ¿cómo ha de encontrar el camino al refugio un guiñapo como éste, que no pertenece a lado alguno, sino que navega a la deriva entre los mares de personas con quienes comparte el aire? Es por ello que simplemente continuamos adelante, esperando el siguiente precipicio para que, quizá, al fin termine este andar sin sentido al que nos hemos atado como última esperanza.Y los milagros como tú llegan a la vida de las nulidades como yo, como única oportunidad, a manera de fatuo consuelo. Porque al final el espejismo perece; es cuando el caminante teme morir, por la simple y vana ilusión de que, algún día, habrá de sonreír como cuando aquella hoguera calentó sus venas de hielo.

Es por ello que el hombre siente pavor ante la frialdad de un cuerpo inmóvil: reconoce, en él, la quietud del que ya no espera nada, y en sus facciones congeladas hasta que los gusanos devoren las heces de una vida acabada, encuentra el adviento de su propio final, procurando que el siguiente paso se demore lo más posible. En la felicidad, el ser humano hace acopio de las fuerzas para resistirse a las Moiras; y en la melancolía, se sujeta a la realidad por completo, abrumado por la mentira que supone una sonrisa perpetua. Es por ello que huía del tiempo; y es por ello, que ahora simplemente abro los brazos cuando, dejando el miedo atrás, me preparo para dejar de sentir el suelo bajo mis pies.

miércoles, 16 de abril de 2014

Apología del muerto. I

Siento deseos de apurar el cáliz prohibido. Beberme la vida a sorbos de cicuta, buscar la grandeza de aquellos que, antes incluso que yo naciera, exaltaron las bondades de lo estoico y trascendieron la existencia nimia del hombre común... En suma, quiero volar tan alto, que el mismo aire no me permita descender; contemplar el rostro de Eos frente a frente, segundos antes de disolverme en la inmensa calma del éter.

He pernoctado en la existencia humana como un pasajero observador, guardando para mi fuero interno las ideas que cada persona ha aportado a mi viaje. La vida ha resultado ser un trayecto sembrado de piedras y tropiezos, donde la caída más insignificante puede dejar un dolor eterno en el espíritu del quebrantado; andando entre los abismos llega el hombre al encuentro con su destino, pues éste último es quien le busca, uno solo avanza a tientas en su caminar. El Bardo habló con sumo atino de esta tempestad: "...to suffer the slings and arrows of outrageous fortune..."; profeta de su tiempo, vaticinando que cada ser en su carrera esquiva mil lanzas y precipicios, para los que nunca está preparado y debe, aún así, afrontar sin miramientos.

Mas en los designios de Fortuna no se encuentra el dolor más grande. Allende los mares, en el corazón humano, existe una punzada sorda, inherente al espíritu, que busca siempre movernos a las alturas. Ignorada es, sin embargo, por la mayoría del género; son demasiados los tropiezos, cadenas, recriminaciones, y la determinación fenece con suma facilidad en el grueso del colectivo. Uno, pues, adormece los instintos primordiales en busca de la estabilidad o la pertenecencia; y aquellos que aún escuchan las miles de voces que su esencia compone, son fácilmente tildados de enfermos. Aquel que desea trascender se encuentra solo en la lucha, la misma convicción que le invita a tener alas le escinde por completo de su linaje. Y quizá sea cierto, se necesita del desapego y la locura para romper la venda que uno mismo se ha entretejido alrededor de los ojos; pocos son quienes se atreven a este paso decisivo, abrazándose a las reminiscencias de lo que alguna vez pudieron ser y perdiendo el temor a los susurros detrás del velo. Es entonces cuando la solución fatal asoma entre los delirios: el acero adquiere un brillo concupiscente, su hoja repleta de vida promete el siguiente paso en la búsqueda eterna; tanto el espíritu cobarde como el libre observan con total fascinación el augurio de lo etéreo - uno esperando reposo, el otro deseando la jornada.

El líquido desborda mi copa. A pesar de los años, aún sobra vino en las barricas añejas; no se han consumido las heces, todavía existe una reminiscencia de la uva en la bebida. Camino aún, hay un cierto olor a tierra húmeda persistente en mis fosas; sigo siendo abrazado por un viento fatídico, y no me permito cejar en la perpetua certeza de que el propósito aún no me ha sido revelado, que todavía quedan senderos por visitar. No obstante, esta convicción no afecta el amor conque, en ocasiones, me detengo a contemplar las mil y una dagas desnudas que podría empuñar para superar el terror que lo impredecible provoca en mi alma humana, irremisibilemente humana. Cada noche quedo a solas con mis espectros personales (nunca ajenos, siempre nacidos de mi propio ego e inconsciente), y entre sus dedos gélidos renacen pensamientos que creía alejados. Resulta necesario proveerse de una luz, pues la senda está envuelta en negrura asfixiante, y fácil es perderse entre los vericuetos del pensamiento. Es posible que el verdadero engaño no sea lo que concebimos como realidad, sino la serie de certidumbres que retroalimentamos con cada reflexión y memoria: ¿quién es aquel que, libre de lo insano, pueda levantarse como ser íntegro y proclamar su completo equilibrio? Nadie, nadie, nadie podrá serlo; y es por ello que comienzo a aceptar cada rumor oscuro que me carcome, ponderándolo, brindándole un rincón en las estancias de mi mente.

Y si la muerte es un propósito, si el paso es una espera, estoy en la antesala del tren; hacía poco sonó, una vez más, el anuncio de salida. Habrá que decidir si es el momento propicio para abordar o, una vez más, enfundarse en el abrigo - el recinto es helado, no olvidemos eso - y continuar la observación silente, impregnando mi conciencia con los vicios de mis congéneres. Retumba sin tregua el silbido de la próxima partida; la máquina ha comenzado sus gruñidos de metal insensible, y las vías están despejadas.

Hora de partir, hora de dormir.

martes, 15 de abril de 2014

Drugs.

En el viaje encontró a sus dioses.

Cada gramo le llevaba con paso apresurado al camino etéreo que conducía a las alturas; se desvanecía, perdía su identidad entre los fuegos de artificio. Envenenaba su sangre con cada búsqueda, dejando que su organismo cargara con las culpas de lo ajeno, al abrir las puertas de su templo a los dudosos instrumentos de la inconsciencia.

Siempre creí que su autónoma religión era un engaño a sí mismo. Buscar la propia respuesta del yo mediante la jornada prohibida me parecía un escape; no alcanzaba a comprender de qué manera un ser humano podía entregarse al abrazo del olvido, sin recato alguno, entregando su mente a algo no solo incierto, sino también invasivo, fiel imitación del sacrificio del ego. Con cierto desagrado, escuché sus disertaciones detalladas; cómo sus palabras teñidas de emoción daban un aire casi autoritario, instruido, a su apología de las drogas. La concurrencia reía sus agudezas, celebraba con el aliento de la oveja el ingenio conque la defensa enumeraba sus proezas.

Y yo negaba con la cabeza. Quizá nunca logré entender la magia tras el abandono que supone la completa entrega al opio, a María, al ácido. Quizá tengo una mente cerrada, espero muy poco de la vida, deseo retener la plenitud de mi entendimiento y temo a los demonios que danzan en los confines de mi alma. ¿Será, acaso, que los susurros han tocado ya mi psique, y cada hórrido suspiro es el heraldo de una locura que busco acallar a toda costa?

Temo por el día en que la convicción se revele como un miedo; el punto en que mis creencias se desmoronen ante el más nimio, convincente en el grado más bajo, argumento de una mente más persuadida que la mía. Porque - podría ser - aquel que huye al menos conoce lo que ocasiona su escape; y yo, en mi imperfecta racionalidad, solo odio lo que soy en lo más profundo, y evito a toda costa descubrirlo.