lunes, 11 de julio de 2011

Notas sobre Séneca.

Entre los múltiples tomos que mi padre heredó, de los cuales algunos aún no han sido abiertos desde su compra, encontré una colección cuyo solo título llamó poderosamente mi atención: "Los Clásicos". Aquellos tomos encuadernados en color vino, con sencillas portadas y apenas un modesto título en letras doradas hablando de su sublime contenido, fueron extraídos prontamente del librero, a fin de ser examinados. ¡Cómo me alegro de haber tenido el atrevimiento de abrirlos! Encontré una fuente inagotable de sabiduría y belleza. Las letras rusas de Gógol, Dostoievski, Púshkin; una traducción inmejorable del épico texto escrito por El Aeda, Homero: la Ilíada; un libro aún por leer, de Vasari, sobre Historia del Arte; y uno en especial que reservé para las últimas instancias, no porque presagiara momentos tediosos, sino porque su lectura y estudio requerirían especial cuidado: un compendio de tratados morales, escritos por dos maestros de la Filosofía latina, Cicerón y Séneca.

Admito que mi conocimiento de la Filosofía grecolatina es limitado. Apenas he leído a Aristóteles y Platón, así como al inmejorable Sócrates y algo de los estoicos (cuyas máximas me parecen sumamente remarcables). De modo que supuse que acometer semejante obra sin suficiente tiempo para digerirla y analizarla sería poco menos que una afrenta. Resulté estar en lo cierto. El primer escrito, bajo la obra de Cicerón, resultó ser una disertación pormenorizada en forma de diálogo en torno a la refutación de los postulados de Epicuro, que lleva en sí a un planteamiento del bien máximo. Este conjunto de razones y argumentos me llevó tiempo, pues las proposiciones distaban mucho de ser sencillas, antes su complejidad y simple hermosura resaltaban los poderosos intelectos de quienes las formularon.

Deseoso de proseguir mi breve viaje por el pensamiento latino, devoré ávidamente el primer tratado, llegando a uno que prometía bastante por su título, "De los Oficios". No obstante, ansiando empaparme en un punto de vista diferente, opté por postergar la deliciosa lectura de este - más extenso - escrito, avanzando varias páginas para al fin enfrentarme con Séneca. Hasta el momento, no encuentro razón alguna para lamentar dicha decisión.

Séneca se reveló como un maestro comprensivo, seguro de sí mismo, un hombre de letras clásico. Didáctico, mas no por ello de un nivel bajo comparado con su predecesor en el impreso; antes podía notarse el interés por compartir, el verdadero entusiasmo que denota al hombre ansioso de saber y hacer saber, de instruir e invitar a conocer, quizá de moralizar. El escrito en cuestión, marcado profundamente por los sentimientos del genio y su simpatía con el estoicismo, se titulaba "Sobre la Providencia"; dicho nombre despertó en mí sensaciones encontradas. "¿Providencia? ¿En un filósofo docto precristiano?" ¡Ah, necia pregunta del poco conocedor! La lectura de dicho tratado me resultó sumamente provechosa y reveladora.

A manera de carta a Lucilio hijo, Séneca departe sobre aquello que muchos llaman "fortuna". Evidencia sus raíces estoicas, al proponer una máxima fundamental de dicho pensamiento: "los Dioses sólo envían las desgracias a quienes son capaces de afrontarlas". Este concepto me impresionó vivamente. ¿Con qué frecuencia nosotros, humanos aquejados por una realidad adversa, nos quejamos por aquello que nos contraviene? He ahí dos de los grandes males modernos: la resignación y la sublevación negativa. Entiéndase por este último concepto la queja indiscriminada, el constante ver de la paja en el ojo ajeno ignorando la viga en el propio, la envidia del poderoso y el pudiente, sin siquiera mover un dedo para alcanzarle. La resignación, por el contrario (concepto venenosamente introducido por el cristianismo, a mi parecer, quizá en posteriores disertaciones exponga mis razones para pensar así), resulta en un espíritu débil, quebrantable y egoísta, que no se templa en los fuegos del infortunio. ¡Cuán ignorado ha sido Job en su verdadero sentido! Les muestro un hombre que no hizo más que confiar, sin haber medido sus fuerzas contra el Hado, contra el Maligno, quizá contra Dios que permitió las crueles pruebas. Debo admitir que repudio tal proceder, muy probablemente por mi marcado humanismo. Pero las cuestiones religiosas quedan para otro tiempo.

Me limito a exponer estos casos, para hacer notar que estos dos "males", como yo los considero, se oponen directamente a lo que Séneca trata en su misiva. Expone ahí ejemplos de hombres que no cejan en enfrentarse a lo que "los Dioses disponen", sean pruebas, desgracias o injurias. Cierto es que en nuestra moral actual no cabe el concepto de honor y justicia al extremo de asesinar al propio vástago para no infringir la ley que uno mismo expuso, o que no podemos en ella entender el suicidio como los antiguos lo hicieron, como Séneca expone a Sócrates al mostrarle como ejemplo de varón recto:

"¿Juzgas a Sócrates maltratado porque bebió el brebaje de la inmortalidad, disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque apoderándose poco a poco el frío, se encogió el vigor de las venas? ¡Cuánta más razón hay para tener envidia de éste que de aquéllos a quien se da la bebida en preciosos vasos; y a quienes el mancebo desbarbado, de cortada o ambigua virilidad, acostumbrado al ultraje, les escancia la nieve en copa de oro! Todo lo que éstos beben lo vuelven con tristeza en vómitos, tornando a gustar su misma cólera; pero aquél alegre y gustoso beberá el veneno."

Es posible que, en el presente contexto, argumentos como los que expongo no puedan ser entendidos con la misma validez que yo les imprimo para mí. No obstante, es necesario entender estas elevadas nociones para ver el por qué condeno de tan viva manera las situaciones anteriormente nombradas. Antes que temblar y medrar ante el peligro, o la sola resignación sin más consuelo que la fe, Séneca propone que la salida del hombre recto es la batalla, presentar cara a las adversidades, casi anticipándose miles de años a la pregunta del Bardo:

Whether 'tis nobler in the mind to suffer / ¿Qué será más de mente noble el sufrir
The slings and arrows of outrageous fortune / Los tiros y flechas de la fortuna embravecida
Or to take arms against a sea of troubles / O levantarse en armas contra un mar de problemas
And by opposing, end them? / Y, al oponerse, terminarlos?

Citando, claro, a mi obra favorita, Hamlet.

Es duro colocar conceptos tan fuertes en una sociedad relajada y derruida como la nuestra. Preferimos quejarnos de que todo está mal, de que las cosas van por mal camino, de que el vecino tiene más que yo. Mas, ¿cuántos siquiera movemos un dedo para evitar que el criminal prospere, que el analfabetismo prolifere, que las mentes sigan embotadas y generen más basura para los que están por venir? ¿Cuántos, despreciando su propio intelecto y fuerzas, dejan todo en las manos ciegas del porvenir, sin siquiera dignarse a ver qué desgracias les acometen? Yace aquí el porqué de esta entrada, la verdadera razón de que su diálogo me haya impuesto tan profunda meditación. Las almas forjadas en el fuego de la adversidad resultan ser pilares verdaderos de la Historia. No solamente ateniéndonos a los ejemplos estoicos que el filósofo propone (Mucio, Fabricio, Catón, Rutilio, Régulo, Sócrates), sino haciendo extensiva la búsqueda, podemos encontrar sobrados ejemplos de esta soberbia calidad humana. He ahí a Mahatma Gandhi, cuya resistencia pacífica evidenció un alma fuerte, que no huyó ante los más crueles desprecios ni las más grandes amenazas, sino que antes sonrió y volvió a su puesto de propuesta; tenemos a Giordano Bruno, poeta y pensador renacentista que encontró la muerte a manos de la Iglesia por defender las ideas propias, muy cercanas a las de Copérnico; en un tono similar, podemos rescatar a Galileo Galilei, que a pesar del acoso eclesiástico defendió sus ideas, Eppur si Muove; Nelson Mandela, encarcelado injustamente y ahora Presidente de su nación... La lista podría extenderse a grados inimaginables.

Todos ellos poseen esa cualidad humana que Séneca reconoce como grande espíritu: la falta de resignación y queja, antepuesta al valor de enfrentarse a lo que dicta la vida. Sin prescindir de la idea de la Divinidad, nuestro filósofo pone en sus manos el dispensar la buena o mala fortuna - que él no entiende así, antes expone:

"Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad, unida mediante la virtud: y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad, y aun una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo discípulo e imitador suyo; porque aquel magnífico padre, que no es blando exigiendo virtudes, cría con más aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo cual cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba, y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de deleites, persuádete de que al modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros enfrenamos con melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura; así hace lo mismo Dios, no teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, porque le prepara para sí."

Poniendo de relieve que la pobreza, la adversidad, los trabajos y desgracias, tienen el propósito de templar el alma del hombre digno. Quédense los débiles con su indolencia, pereza e inconformidad, con la esperanza egoísta de ganarse un lugar en los Cielos sin mover más que sus labios para rezar, sin ganarse el pan de los Dioses.

Creo yo que, si pudiéramos rescatar estas joyas del pensamiento humano, entenderíamos de otra manera la realidad que nos acomete. Les exhorto, lectores míos, a reflexionar un tanto sobre la falta de conocimiento que tenemos del pasado, pues otros muchos antiguos ya han contradicho a las maltrechas opiniones actuales, hedonistas y pobres de espíritu. Si en nosotros encontráramos la fuerza para permanecer en la lucha, antes que darnos por vencidos sin siquiera empezar, el mundo comenzaría a ser un lugar mejor, purgándose de sus destructivos vicios.

Dejo la siguiente dirección, por si alguien desea leer el texto completo: Sobre la Providencia.

1 comentario:

  1. tienes mucha razon mi hazzam a todas las personas que no nos gusta leer (me agrego) es por eso que muchas veces en las platicas pudieramos ignorar de lo que se esta hablando... MUY BUEN APORTE... y esos libros que te encontraste estan muy bueno, solo e leido completo el de la iliad...

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