domingo, 10 de julio de 2011

Re: Canonicemos a las putas.

Mi fascinación con las prostitutas data de mis primeros encuentros con Jaime Sabines. La imagen alegórica de las "vírgenes perpetuas" dada por la poesía, en contraste con el rechazo categórico de una sociedad hipócrita. He ahí una tragedia digna de ser laureada e inscrita en los anales de la literatura en múltiples y complejas interpretaciones. Entendamos "puta" como aquellas meretrices que estipulan su precio en el mercado de caricias. Por esta ocasión, obviemos la aún más común y vulgar acepción de la palabra, aquella mujer que desmerece al sexo con su falta de discriminación en parejas, o que descaradamente decide hacer ejercicio de su muy natural condición de abrir las piernas, en varias ocasiones con la intención de hacer detrimento de otros.

Dicho lo anterior, la apología sumamente conocida del maestro Sabines nos muestra una faceta completamente distinta de la habitual lente sobre las "putas". Nace entonces en mí ese fetiche literario por el sexo pagado, la honestidad verdadera que ellas esconden entre escotes y lencería, las viejas putas de cabaret y prostíbulo, incluso los resabios de clase y glamour que algunas de ellas conservan. Como imaginación en letras, el nicho de creación que me provee la sórdida realidad de las putas prueba ser infinito casi; una inmerecida condena social, la doble cara de su clientela y discriminación, incluso las historias individuales de cada persona dedicada al arte del amor enmascarado en dinero. Escribo a ti, ¡oh puta inmerecida!, como un ejercicio de mi respeto y tolerancia, así como una identificación de la inmensa honestidad que requieres para poner tu precio de antemano y no oponer trabas a quien te busca.

A través de la historia del arte, encontramos múltiples menciones a los escarceos con las prostitutas. No soy el primero que encuentra cierta inspiración en los fascinantes jugueteos previos a sellar el corazón y hacer un espacio en el lecho lascivo, aún cuando no siempre le sea posible a la mujer engañarse a sí misma y permita que un sentimiento se cuele en su pecho sellado al vacío. Personas ante todo, mujeres, creaciones inmejorables y objetos de deseo continuo, madres, amigas, compañía inesperada, corazones y velos de encaje y seda. ¿Qué se oculta tras tu cortina de lágrimas internas, oh puta amiga? ¿A quién puede interesarle cuanto tengas que decir? ¿Preguntarás acaso por los rincones del burdel, tratando de encontrar algo más que caricias de tedio y urgencias de entrepierna? ¿A quién, te pregunto, recurres cuando los resabios de amores mal pagados enturbian tu razón?

"En el lugar en que oficias a la verdad y a la belleza de la vida, ya sea el burdel elegante, la casa discreta o el camastro de la pobreza, eres lo mismo que una lámpara y un vaso de agua y un pan."

Mis palabras a ti, necesidad imperiosa.

¡Oh! Diosa de los párpados caídos,
Mirada acusadora que abrasa mi pecho,
Entregas tu custodia al primer susodicho,
En tus brazos acoges a todo el viajero
De las horas perdidas de días de Enero.
Carmín y violeta adornan tus rasgos
- Felinas promesas en tus ojos vetados
Y sonrisa invitante al cruel albedrío
De las noches en vela, del deseo frío -
Exactos, serenos, sensualidad y rezago
En los crueles impulsos del vientre inquieto.
Prostituta de lujo, mujer muestrario
De hojas y penas y accesorios de baratillo,
De gracias ajenas y resabios del olvido.

Ah, si tú mía fueses una noche
Pagando el precio de tu lecho impío
Descansaría mi alma entre tus brazos de sol.
Ahogaría la soledad en tu compañía prestada,
Sollozaría la noche en tu cuello grácil,
Entre tus piernas abiertas perdería la razón.
Rentas tu cuerpo, y sin embargo, tu alma
Cierras tras piedras, costumbre y cerrazón.
¡Cómo quisiera vencer tus hogueras,
Empaparme del fuego de tu sinrazón!
"Mujer pública", gritarían los puristas,
"Santa damisela", responde mi corazón.
Nadie entiende que consuelas con gracia,
Con solo dinero recompensando tu sudor...

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