miércoles, 23 de julio de 2014

De un "tú" ya ido y un "yo" que persiste.

El aliento que otro hombre se ha llevado; el imperceptible hechizo de tu perfume que ya ha dejado de inundar mi habitación con un vago olor a jazmín. La luz que, al colarse por la ventana, solía abrazar tu figura semidesnuda, marcando tu piel con un halo áureo que deslumbraba mis ojos indignos. Aún recuerdo la sombra que tu silueta dibujaba sobre el lecho que ambos bautizamos, librando una batalla a todas luces perdida, la guerra primordial entre nuestras naturalezas opuestas. Cada vez que tus labios derramaban su néctar sobre mi malograda humanindad, me sabías tuyo como un capricho apenas concedido, te sentía tan mía como mi brazo o mi pie. Eras una extensión de mi propio cuerpo, respiraba por tu boca, sentía cada impulso de tu carne soberbia como si fuera mi propio instinto el que hablaba por tus poros. Una miríada de recuerdos entre tus brazos, el sabor de tu vientre, la dulce voz con la que gemías mi nombre en las lindes del clímax.

Todos estos tesoros te has llevado contigo, tras tu partida. Tu adiós me ha arrebatado esas horas inmensas, el tictac del reloj que acompañaba la danza enloquecedora de tus caderas siempre embravecidas. Eres una espera inalcanzable, el jarro de agua que el carcelero ha colgado fuera del alcance del reo, quien solamente puede observar cómo el líquido se esmera en humedecer el suelo en vez de apaciguar la lengua del moribundo. Eres el deseo inquebrantable, la lujuria hecha seda, un invento desesperado de mi ser para no sucumbir a la melancolía; en suma, eres tú. Ese "tú" que ha caminado más distancia de la que yo podría recorrer con mi andar de cadáver; esa gloria que se ha escapado para siempre de mis manos, y que ahora centellea en el horizonte como el oasis que nunca ha de llegar. Así has dejado en mi lengua el suave gusto de tu amar desenfrenado, revolviendo mi mente con el huracán de emociones que cambió mi vida para siempre.

Hay ocasiones en que solo queda romper la cítara y marcharse a casa. He aquí el problema; algunos seres no tenemos hogar, vagamos a tientas entre la penumbra de esta vida maldita, y en ocasiones ciertos breves instantes de claridad nos permiten ver dos pasos más allá de nuestras narices. Así pues, ¿cómo ha de encontrar el camino al refugio un guiñapo como éste, que no pertenece a lado alguno, sino que navega a la deriva entre los mares de personas con quienes comparte el aire? Es por ello que simplemente continuamos adelante, esperando el siguiente precipicio para que, quizá, al fin termine este andar sin sentido al que nos hemos atado como última esperanza.Y los milagros como tú llegan a la vida de las nulidades como yo, como única oportunidad, a manera de fatuo consuelo. Porque al final el espejismo perece; es cuando el caminante teme morir, por la simple y vana ilusión de que, algún día, habrá de sonreír como cuando aquella hoguera calentó sus venas de hielo.

Es por ello que el hombre siente pavor ante la frialdad de un cuerpo inmóvil: reconoce, en él, la quietud del que ya no espera nada, y en sus facciones congeladas hasta que los gusanos devoren las heces de una vida acabada, encuentra el adviento de su propio final, procurando que el siguiente paso se demore lo más posible. En la felicidad, el ser humano hace acopio de las fuerzas para resistirse a las Moiras; y en la melancolía, se sujeta a la realidad por completo, abrumado por la mentira que supone una sonrisa perpetua. Es por ello que huía del tiempo; y es por ello, que ahora simplemente abro los brazos cuando, dejando el miedo atrás, me preparo para dejar de sentir el suelo bajo mis pies.

2 comentarios:

  1. *Saca el pañuelo* ay..... y aún así, wow! Sigue....sácalo todo, escribe y no te detengas.

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    1. Gracias, Al. Trataré de seguir con esto... Hace falta un respiro fuera de la monotonía infecunda.

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