domingo, 27 de julio de 2014

La celda.

Una tenue luz en la prisión,
Cortinas ennegrecidas que la dejan pasar.
Dos metros de aluminio,
Un solo y grande portal
Enmarcado en color oro,
Mi ventana en cristal.
Paredes color salmón,
Medio cuarto en penumbra;
La ropa esperando su turno,
Basura apilada sin ceremonia.
Una zona cubierta de madera
Que muestra ya varios agujeros;
La segunda escapada al frío
Con marcos de duro acero.
El lecho revuelto, como si fuese
Testigo de amorosas batallas,
Una almohada sola lo desmiente:
Solo una cabeza reposa
Cuando intento dormir.
Papeles, bolsas, uno que otro disco;
Latas vacías, botellas,
José Cuervo me dedica un guiño
Desde una esquina de mi mazmorra
Donde escribo cosas sin sentido
Y escucho el rugir del silencio
Abrazarse a mí.
Dos chamarras de cuero,
Negros ropajes de rebeldía;
Una maleta llena a medias
Con los restos de un día
Infame, en que llegué acá.
Cenizas por doquier,
Ceniceros improvisados;
Colillas formando corro
Alrededor de un Daniel's ya vaciado.
Y la siempre residente tristeza
En cada centímetro del cuarto.
Afuera, retumba el cielo:
Eos y Céfiro susurrando
Entre las copas de dos árboles solitarios.
El llegar de Selene, anunciado
Por los borrachos que pernoctan
Bajo el balcón.
Música, regalo inmerecido,
Llegando eclipsada por el hormigón
Hasta perderse en vibraciones
Que no siente mi corazón.
Piso de concreto, sin alfombra,
Frío cuando es de noche
Frío cuando toca el Sol;
Y no olvidemos el sillón
Que comparte mi calor
Cuando intento recrear
La tormenta de mi interior.

He descrito ya mi celda,
Solo falta agregar algo:
Un hombre, una computadora,
Mil excusas, el sonido del teclado;
Y el par de lágrimas perdidas
Que fingen correr por mis mejillas
E intentan perderse en tus brazos.
El carcelero me da salida
Para correr al segundo encierro;
De una a nueve, hasta la huida
Y volver al perpetuo confinamiento
Del que no pretendo escapar.

Quien me encuentre, en estado lamentable,
Al menos podrá quejarse
Que no arreglé mi habitación
Antes de salir.

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