jueves, 24 de julio de 2014

RE: Autonecrología.

Cada pluma escribe la historia de su propia muerte.

Decir, por ejemplo, que uno fallece por casualidad es un insulto al azar. No hay nada menos fortuito que las últimas horas de un ser humano. El gran sarcasmo del hado: el final no admite escapatoria alguna, y la búsqueda más importante del hombre es la forma en que ha de expirar. Toda la grandeza se pudre junto a los restos mortales; el legado siempre podrá ser tergiversado y puesto en el olvido; no queda más que el recuerdo cuando el paso ha sido dado. La fe, ese gran invento de los pobres de espíritu, ha probado ser eficacísima cuando el corazón se niega a aceptar esta cruenta verdad; olvidamos fácilmente que ninguna senda carece de destino, creemos que habrá algo más en el reino inaccesible cuya llave es el último suspiro. En tan sombrías reflexiones algunos encuentran paz; podría ser que la feliz aceptación de la verdad incómoda conduce a un páramo sombrío de franca certidumbre.

Quisiera poder escribir mi propia autonecrología. A la manera de un Macondo infecundo, releer los pasajes de mi vivir a medida que éstos suceden; una continua reinvención del verbo "perecer". Me siento seguro al decir que no existiría paisaje más desolador que el que pudiera enmarcar con los versos dedicados al día con día; en lo apático se encuentra la verdadera mina de la poesía. No hay mejor tragedia qué ensalzar, que la continua y épica lucha contra lo cotidiano. Los peatones entonan himnos de silencio, sus sentidos admirablemente embotados por la nube de sus propios pensamientos. Así pues, cada persona se ocupa de su propia biografía, escribiéndola sin darse cuenta que la tinta se ha acabado ya. Envidio a aquellos que logran descubrir el verdadero amor del suicida; haría falta ser un humanista declarado para enamorarse de las delicadezas de la muerte segura. Entre los velos de la locura, asoma la más profunda sabiduría; en el soberano desprecio de la existencia, se encuentra el más bello homenaje a la condición humana. Hace falta ser misántropo para empecinarse en vivir para siempre.

El mayor impulso para crear, es saber que los segundos corren, raudos y sin pausa, hacia un día de adviento. Habrá que contemplar la procesión de las horas, propiamente armado de una libreta y un cigarro; el pasaje es seguro de esa manera, siempre se estará listo para fenecer en la más completa tranquilidad. El escritor muere cuando ya no le queda nada por decir; y hay quienes se niegan a alimentar su vocabulario más allá de ciertas palabras de medianoche. Así pues, no queda otra alternativa más que seguir la necedad del germen creativo; a final de cuentas, no quedan más páginas que las justas para dejar fe escrita de un óbito anunciado con insuficiente premura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario