martes, 15 de abril de 2014

Drugs.

En el viaje encontró a sus dioses.

Cada gramo le llevaba con paso apresurado al camino etéreo que conducía a las alturas; se desvanecía, perdía su identidad entre los fuegos de artificio. Envenenaba su sangre con cada búsqueda, dejando que su organismo cargara con las culpas de lo ajeno, al abrir las puertas de su templo a los dudosos instrumentos de la inconsciencia.

Siempre creí que su autónoma religión era un engaño a sí mismo. Buscar la propia respuesta del yo mediante la jornada prohibida me parecía un escape; no alcanzaba a comprender de qué manera un ser humano podía entregarse al abrazo del olvido, sin recato alguno, entregando su mente a algo no solo incierto, sino también invasivo, fiel imitación del sacrificio del ego. Con cierto desagrado, escuché sus disertaciones detalladas; cómo sus palabras teñidas de emoción daban un aire casi autoritario, instruido, a su apología de las drogas. La concurrencia reía sus agudezas, celebraba con el aliento de la oveja el ingenio conque la defensa enumeraba sus proezas.

Y yo negaba con la cabeza. Quizá nunca logré entender la magia tras el abandono que supone la completa entrega al opio, a María, al ácido. Quizá tengo una mente cerrada, espero muy poco de la vida, deseo retener la plenitud de mi entendimiento y temo a los demonios que danzan en los confines de mi alma. ¿Será, acaso, que los susurros han tocado ya mi psique, y cada hórrido suspiro es el heraldo de una locura que busco acallar a toda costa?

Temo por el día en que la convicción se revele como un miedo; el punto en que mis creencias se desmoronen ante el más nimio, convincente en el grado más bajo, argumento de una mente más persuadida que la mía. Porque - podría ser - aquel que huye al menos conoce lo que ocasiona su escape; y yo, en mi imperfecta racionalidad, solo odio lo que soy en lo más profundo, y evito a toda costa descubrirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario