sábado, 2 de marzo de 2013

Crisis.

Cuando no sepas cómo empezar un párrafo, recurre al diccionario. Siempre y cuando aquello que piensas escribir revuelva sobre un concepto puro. 

crisis.
(Del lat. crisis, y este del gr. κρίσις).
1. f. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.
2. f. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.
3. f. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.
4. f. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.
5. f. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.
6. f. Escasez, carestía.
7. f. Situación dificultosa o complicada.

He aquí lo que la RAE dice con respecto a tan familiar palabra, más conocida por su presencia constante en las vidas de todos y cada uno de nosotros, que por los distintos motes que la distinguida Academia le ha endilgado con tan fastuosas definiciones. Tanta palabrería para olvidar que una crisis es la más frecuente razón de los desvaríos y los corazones rotos; las vidas sin rumbo y dirección; y, sobre todo, más allá de la conceptualización, la crisis se entiende en el seno propio e íntimo del que la sufre, siendo a veces un bálsamo contra heridas mal cerradas, y muchas otras convirtiéndose en un martirio sin final. Más cuando no se le encuentran pies ni cabeza claros. ¿Cómo ha de exterminarse a una hidra que extiende sus cabezas y tentáculos en cada aspecto de la existencia; abraza cada problema y situación, haciéndolos suyos; y entreteje sus sierpes una y otra vez, hasta que del conflicto original solo queda una vaga idea?

Crisis: todos pasamos por ellas. Cuestionamientos y reflexiones, introspección masiva que nadie nos enseña a hacer, y de la que se espera salgamos airosos y mejorados. Versión 2.0, con bugs arreglados y menos espacio para vivir. De los problemas se espera que aprendamos, mejoremos y los utilicemos como escalón para seguir avanzando; sentimientos loables y para nada despreciables. Sin embargo, nos queda la pregunta amarga: ¿cómo se mata de raíz a aquello que no deja de reproducirse? Si, a modo de Fausto, pudiésemos decir sin empacho "¡Detente! Pues, ¡eres tan bello!", y en un instante de contemplación profunda observáramos cómo late el corazón de nuestro monstruo personal bajo las múltiples capas y nudos; si realmente tuviéramos un segundo para respirar, dos para analizar, y cinco para actuar. (Que las acciones no son cosa fácil, chico; pensar es lo complicado, pero hacer es el borde de lo imposible).

Ocho, no siete ni diez. Solo ocho segundos que nunca poseeremos.

En la crisis encontramos respuestas que a veces preferimos obviar, o ignorar simplemente. Preguntas incómodas que no ayudan a sobrellevar el calvario personal de cada individuo; interrogantes de la cordura, dolores ajenos que encarnamos como propios, e incluso gustos olvidados y ácidos de olvidos jamás logrados. Y es que a medida que uno avanza, las enredaderas se ensañan más; tropezar se vuelve deporte, más que error; no obstante, a medida que rompamos uno a uno los tallos, ya estaremos pensando en cómo deshacernos de los que apenas vienen adelante.

Cada desvarío conlleva un atisbo de cordura. ¡Que no se malentienda a los locos! ¡Gracia divina la suya, de enfrascarse en todo y nada, de sobrellevar las tediosas conversaciones con Dios! Su crisis infinita ha perdido nombre, al tiempo que su sabia introspección fue etiquetada como demencia; despreciamos su sabiduría y su risa infantil, mientras les colocamos en la misma cuna que a los maliciosos y asesinos. ¡Ah, lo que un verdadero loco podría decir, si sus verdades mal entendidas no le aislaran de los otros! Mas todo lo definimos y entendemos, nombrando cada uno de sus pasos a lo divino con distintos apellidos, cada uno de ellos derivado de la misma Santa Madre: Crisis. ¿En qué momento puede uno firmar para el Expreso Olvido? ¿Dentro de tí, Crisis, permites que alguien se rompa y pueda quedarse a recoger los trozos? 

Y es que, cuando uno ya está dentro, ¿qué más queda sino salir, dado que el calor nos será negado para siempre?

Ah, Crisis, maldita Crisis, bendita Crisis enamorada de mí. Yazgo en tu seno, y aún no encuentro siquiera tu clítoris. Qué más he de perder, sino mi tiempo; porque al final, tus piernas siguen enredadas en mi cintura, para jamás soltar la presa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario