jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Egocentrismo?

¿Qué hay del hombre que admite su valía? En el contexto actual, donde se nos insta a trabajar en equipo, a cumplir metas de grupo, a perseguir objetivos conjuntos, el "yo", paradójicamente (dada la sociedad capitalista que exalta lo individual) se disuelve en los mares de gente uniformada que, más que ser educada, recibe un entrenamiento digno del puesto que se le piensa asignar.

(Técnicos, no instrumentos, clamaba el IPN en los albores de mi preparatoria).

En contraste con este afán colectivista, el genio siempre ha sido apartado del resto social por su marcada tendencia a destacar. A "ser superior", refiriéndonos a máximas casi nietzschianas. Lo cual, en gran medida, contradice el espíritu bondadoso e igualitario que concebimos como "bueno", en el marco social que nos contiene. Una interesante pregunta se suscita en mi mente, entonces: ¿en qué medida puede ser egoísta el genio - incluso egocéntrico? Si la plena lucidez de su intelecto agudo, acaso, puede dibujar una pared entre él y el resto del mundo, que obsesivamente persiste, motivada por los constantes desprecios de un grupo social coercitivo que no lo acepta como sí. Es curioso hacer notar esto último, más si lo entendemos como un rechazo casi instintivo, no sólo de lo que es diferente, sino incluso amenazante, quizá porque realmente es superior. En una competencia, siempre se busca eliminar a los más fuertes, para que disminuya la tempestad entre los más débiles que quedan al final.

¿Es válido entonces suponer que, en contraste con la escala de valores considerados deseables por quienes nos rodean, el ser consciente de la propia valía y esforzarse en pulirla, en aras de un engrandecimiento personal y un bien aceptado egocentrismo, se trata de una característica deseable, incluso positiva? La conjetura principal en que el übermensch se basa, es la capacidad de dictar un sistema propio de reglas, que no obedezca al grueso social sino a una estructura individual y egoísta. ¿Dónde está el delicado equilibrio entre la franca adoración propia en desmedida, y la consciencia de sí que impulsa a trascender? El intentar alcanzar objetivos sublimes, es ignorado olímpicamente en la realidad. La verdadera supervivencia se eclipsa por los trajines del pobre, del oprimido, del cansado.

No es de sorprender entonces, que anteponer un sistema de reglas vacías (mayormente basadas en lo que se juzgaba "bueno" y "malo" siglos atrás) sea una prioridad para la mayoría de la población, en franco rechazo de aquellos que aceptan su condición de "diferentes" e intentan lograr algo más que un empleo estable y una hipoteca pagable. Apología, quizá, de una soberbia insufrible, acompañada de la altivez; sin embargo, es un riesgo casi imperceptible para aquel que ha rechazado en principio al colectivo, para suponerse digno de mayores empresas.

Ahora bien, esta cuestión de trascendencia también es pretexto para espíritus débiles. En la crítica está el primer paso... Y es ahí donde el embudo se hace delgado. Muchos encuentran en el rechazo y la mordacidad el refugio perfecto para sus almas vapuleadas. En sentir una superioridad justificada, por sus míseros pensamientos de desdicha, encuentran consuelo ante un grupo que "no los entiende", que los expele porque "no son mejores que yo". Construir un fuerte de libros sin leer y paráfrasis pobres: un gran pecado que el lobo disfraza de cordero del saber. Admirarse de uno mismo, ciertamente, raya en lo egocéntrico; el hacerlo en contraposición de otros, solo para evitar resquebrajarse en pedazos humillados, es un crimen ya.

Patético, quizá. Más porque, en contados casos, es ésa la antesala a las pruebas verdaderas del autodescubrimiento. Cuando la crítica se vuelve contra uno mismo, y pone de relieve esos múltiples e insanos defectos, cada pequeño gusano que nos forma y sonríe grotescamente al espejo... La inmundicia de ser y no ser, de la duda y el desprecio, de la autoconmiseración y el desamor al prójimo, de la moda y su contrapunto. De volver la actitud contraria, en una corriente afín a lo que ácidamente destrozamos con argumentos y palabras. He ahí algo que me enferma.

Posiblemente, porque parece que yo empecé por ahí.

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