miércoles, 25 de marzo de 2015

De la muerte no sé nada, excepto el cielo.
Rompen sus alas los ángeles en vuelo
Dirigidos a una promesa inmutable,
Estrepitosa violencia del firmamento;
El tenor canta las glorias del sepulcro,
Entre cuerdas y vientos descolla el deseo.
Duerme. El Infierno ha cesado sus plegarias.
Lucifer, impávido, retuerce sus dedos
En la espera inerme del día final.
La búsqueda es vana. Llega cuando lo desea.
El tiempo corre, sin línea ni final.
La sangre ha diluido sus alcoholes de pena
En viles orgías que crearon la Humanidad;
Se nos da la idea de la nimia trascendencia
Para poder soportar el aire de irrealidad
Que rodea al hombre, sus ideas y falsedades,
Sus cánticos de angustia, zozobra y paz.
Ya la Muerte se entrega como promesa de horizonte
Falsa, serena, sonriente, falaz,
¡Parca mía! ¡Parca de mis amores!
Lo innegable de tu mueca reafirma mi seguridad
En que tú vendrás, día a día,
Como la amante deseada
En lecho de agonía.
De ti, no sé más de lo que mi alma clama,
Escuché tus susurros desde el vientre cálido;
Esperabas por mí, deseabas mi llegada;
Me diste tiempo para decir las palabras
Que serían testigo a mi existencia de sal
Llevada en brazos de los mares sin tregua.
Aire fui. Proyecto, esperanza.
Tuve un nombre, mujer, hogar.
Cantor fui, malogrado juglar,
Con guitarra rota, versos sin ideal,
Obsesiones, perversiones de la verdad,
Veintiocho lunas de cíclica desnudez.
No habrá prueba de esas noches. Cualquiera
Podrá leerme y crearse su propio fantasma,
Darle luz y forma, poner versos en su boca,
Debatir qué mente enferma intentaba escapar
Tras las rimas inexistentes y las lúgubres amantes
Del poeta fugaz.
No existirán más que recuerdos, elegidos al azar.
Una sonrisa, una frase, un sentimiento, quizá:
Pero nadie sabrá ya quién era el hombre
Y dónde comenzaba lo ideal.
Muerte, no lavas mis pecados. Los ocultas
En tu sudario. Me llevarás en brazos
Sin que haya un solo vocablo sincero
Que sepa decir quién fui yo.
Fe tuve. Algo similar a la esperanza.
Crecí con el temor al olvido implacable.
Debía mis vicios a un sino loable
Que habría de purgar mi existencia sin dudar.

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